Image: Drama en la cacería

Image: Drama en la cacería

Novela

Drama en la cacería

Anton Chéjov

6 septiembre, 2013 02:00

Anton Chéjov

Traducción de Luisa Borovsky. Navona, 2013. 240 pp, 16 €

Anton Chéjov (1860-1904) se hizo famoso por sus cuentos y por su obra teatral. Publicó una única novela con pseudónimo, que no se recogió con su nombre hasta la edición póstuma de sus obras completas. Drama en la cacería. Un hecho real apareció por primera vez en 1884. Se inscribe en el género policíaco, acentuando el aspecto psicológico. Yo advierto cierto parentesco con la atmósfera intensa y compleja de las novelas de Wilkie Collins. La intriga se despliega con eficacia, pero es evidente que Chéjov no pretende deslumbrarnos con el misterio, sino con su conocimiento del alma humana. De hecho, el crimen acontece en las últimas páginas y la resolución -ingeniosa, deductiva, indudablemente original- no produce una impresión tan duradera como la construcción de los personajes.

Ambientada en la Rusia zarista, lejos de cualquier crítica social o política, Drama en la cacería retrata a una sociedad dividida en clases, donde una aristocracia decadente y acostumbrada a los excesos flirtea con la burguesía, sin ocultar su desdén hacia los campesinos y los humildes. El conde Alexei Karneev es un mequetrefe que sólo conoce dos pasiones: el vodka y las mujeres. Su mansión campestre está invadida por la maleza y sus criados saben que es un inútil y un majadero. Por eso, reinan el desorden, la negligencia y la apatía. El juez Iván Petrovich Kamishev es su amigo más íntimo, pero no le desprecia menos. Iván es un hombre joven, atractivo y violento, con un encanto byroniano. Ambos se enamoran de Olga Olienka, una joven de 19 años, la alocada hija de un guardabosques seriamente perturbado. La muchacha se comprometerá con Urbenin, el administrador del conde. Urbenin es un viudo de 50 años, que se comportará como un adolescente, incapaz de controlar su pasión tardía.

Chéjov ha reunido todos los personajes de una farsa. El conde mentecato, un juez con aires de galán y un temperamento atrabiliario, una joven esposa que sucumbirá a la tentación del adulterio y un marido viejo y cornudo. Salvo un criado leal y un doctor estrafalario y de escaso éxito con las mujeres, ningún personaje despierta simpatía. Chéjov se muestra tan despiadado como Leopoldo Alas con sus criaturas. No hay un ápice de ternura dickensiana. Olga aparece por primera vez en un jardín. Entra en escena casi al mismo tiempo que una víbora, despertando una mezcla de fascinación y temor. Es evidente la analogía con el mito bíblico del Edén, pero en este caso no hay un Paraíso que precede al pecado. El hombre y la mujer se enredan en pasiones oscuras, malogrando la posibilidad de un amor limpio y sincero. Sería un error atribuir cierta misoginia a la conducta casquivana de Olga, pues los hombres que la cortejan obran con el mismo grado de egoísmo y frivolidad. En ese lodazal, el desenlace sólo puede ser un crimen, cruel y mezquino. El juez convertirá la historia en una novela y se la entregará a un editor, que averiguará la verdadera identidad del asesino. No voy a revelar nada, pero sí diré que -al ser descubierto- el autor de los hechos responde con una insolencia y amoralidad dignas de Ripley, el célebre personaje de Patricia Highsmith: "No soy culpable. Ellos son estúpidos".

Drama en una cacería se parece más a un cuento largo que a una novela. No importa, pues en sus páginas se advierten las grandes cualidades del mejor Chéjov: una prosa precisa, que sólo necesita unos trazos para urdir una trama creíble y hondamente pesimista. Sus obras nos han dejado una lección esencial: el arte sólo aflora cuando muere la afectación. La verdadera poesía no está asociada a la voluntad de estilo, sino a una descarnada sinceridad.