Image: La soledad de los perdidos

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Novela

La soledad de los perdidos

Luis Mateo Díaz

19 septiembre, 2014 02:00

Luis Mateo Díaz. Foto: Alberto Di Lolli

Alfaguara. Madrid, 2014. 584 pp., 18'50 e. Ebook: 9'99 e.

Tras la publicación de Fantasmas del invierno (2004) y El animal piadoso (2009), dos novelas fundamentales en los últimos diez años, más la reunión de las doce novelas cortas en Fábulas del sentimiento (2013), que ha- bían visto la luz agrupadas en cuatro trilogías, el mundo imaginario de Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) llega a su culminación en La soledad de los perdidos. Su universo literario se ha ido construyendo con la invención de una provincia imaginaria en la posguerra en la cual Celama constituye un espacio mítico importante recreado en la trilogía El reino de Celama (2003), junto con las ciudades también imaginarias de Ordial, donde se localiza Fantasmas del invierno, Borenes, Doza, Armenta, Oceda, Borela y otras donde transcurren las Fábulas del sentimiento. Este mundo de perdedores, poblado de criaturas solitarias y desamparadas que encarnan la esencial fragilidad del ser humano, tiene su broche de oro en la última novela, en la cual el extravío existencial se abisma en "la soledad de los perdidos".

Todas las ciudades citadas aparecen nombradas en La soledad de los perdidos, cuya acción transcurre en Balma, otra ciudad de sombra en la provincia de L. M. Díez. A Balma llegó hace quince años el maestro Ambrosio Leda, huyendo de una depuración no superada tras la guerra. Estamos, pues, en los años 50, década privilegiada en las novelas del autor. El refugio del fugitivo con identidad cambiada en esta ciudad de sombra está dominado por la niebla, la noche, el frío, el miedo, el derrumbe y la ruina, y los sueños y delirios que invaden su mente con personajes que parecen fantasmas fugitivos, con diálogos entre voces escuchadas en la noche, incluso con animales tratados en igualación prosopopéyica con los humanos y con el recuerdo de la familia que tuvo que abandonar.

Este motivo temático, destacado desde el comienzo y con influencia decisiva en el final, vertebra con su recurrencia el naufragio del protagonista en su noche andariega, como también el reiterado recuerdo de bombardeos en la pasada contienda que ha sembrado la destrucción en la ciudad amenazada de muerte en su progresión hacia la nada, "cuando de Balma ni siquiera quedan las ruinas" (p. 456).

La novela tiene una composición tripartita, con los títulos de Pasos, Pisadas y Pasadizos, que aluden al recorrido del protagonista con su enigmático saco al hombro para buscarse la vida. En su desnortada itinerancia se cruza con personajes de varia índole, desde dos adolescentes huidos del orfanato y un grotesco suicida con balas de fogueo hasta un gacetillero y poetastro local o el gobernador civil y el obispo, también extraviados en la ciudad de sombra, pasando por una pareja de ancianos dispuesta para el último viaje, un misterioso traficante de morfina, una niña ciega visionaria o un cura pirado suspendido de funciones. Nada se salva en esta negra ciudad donde los encuentros se producen en bares cutres, en un cine amenazado de ruina o en una iglesia cuyo sagrario se usa para esconder alijos y en calles desiertas donde un zorro invoca la licencia de Esopo y Samaniego. Y, como en Fantasmas del invierno, también aquí los lobos han entrado en la urbe por motivos de subsistencia.

Lo mejor de Luis Mateo Díez brilla en esta excelente novela conducida por un narrador omnisciente que sabe dejar paso a voces y ecos de figuraciones alumbradas por sueños y alucinaciones del protagonista, abocado a un viaje sin retorno, como Sebastián Odollo en Camino de perdición (1995). Su autor hace gala de su incomparable capacidad de contar historias y crear personajes en un mundo imaginario tan vasto y personal que no tiene parangón en la novela española de nuestro tiempo.

Solo el humor alivia de tanta desolación en este viaje a la noche del destino humano. También aquí es un humor grotesco, que se libera en situaciones degradadas y que tiene algunas de sus mejores manifestaciones en el entierro de las cenizas del poeta Calamita, representante de la lírica agraria, en deformaciones de figuras y creencias religiosas y en la burlesca postración del Gran Centinela de Occidente (Franco) herido en el culo por cartuchos de sal disparados por un guardia que lo tomó por pescador furtivo. Y hay que ponderar la extraordinaria riqueza simbólica y mítica de la novela, escrita en prosa de perfección clásica donde se alían en el mismo párrafo el aliento poético y el quiebro humorístico introducido por la expresión coloquial.