Image: Galveston

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Novela

Galveston

Nic Pizzolatto

10 octubre, 2014 02:00

Nic Pizzolatto

Traducción de Mauricio Bach. Salamandra. Barcelona, 2014. 288 páginas, 18 euros

Nic Pizzolatto (Nueva Orleans, 1975) escribió Galveston antes de que True Detective se convirtiera en la serie del año. Antes de que Matthew McConaughey enterrara para siempre al galán de comedias románticas y se dedicara a vaciar latas de cerveza (Lone Star) y a hablar de la angustiosa psicoesfera y de ciudades malditas que se llaman Carcosa y que en realidad no existen (o sí). Leerla después de ver cualquier capítulo de la serie, un noir poderosamente oscuro, testosterónico y decididamente sórdido (ellos son siempre tipos duros, ellas, prostitutas), es como echar un vistazo al lugar, el microcosmos literario de raíz gótico sureña, en el que se gestaron sus protagonistas (Martin, Hart y Rust, el atormentado y solitario, Cohle), verdadero motor de la que fuera serie del momento.

¿Y qué encontramos en esa trastienda, en ese microcosmos primigenio? En primer lugar, dos personajes tan poderosos como Hart y Cohle: Roy y Rocky. Uno, Roy, el clásico rudo matón profesional (invencible); la otra, Rocky, la clásica chica perdida que sobrevive acostándose con todo aquel que esté dispuesto a pagar lo que pide (que no es mucho). Se conocen en un mal momento (en mitad de un tiroteo, en plena encerrona) y la necesidad (de compañía, por parte de uno, y protección, por parte de la otra) les convierte en inseparables; una extraña pareja (ella es, por supuesto, demasiado joven, él cree estar viviendo sus últimos días) en un coche, huyendo. De su pasado, de su presente, de su futuro. Porque, como bien dice Roy, uno no deja de ser quien es, ni siquiera cuando, como le ha ocurrido a él, te aparece en los pulmones "un torbellino de motas de jabón en polvo".

Es la Muerte, con mayúsculas, lo siguiente que encontramos en esa trastienda con aspecto de novela western que constituye Galveston. La Muerte como la Nada que acecha, el monstruo de un millón de aterradoras cabezas, aquello (el olor a cenizas) que Cohle detecta en la psicoesfera de Luisiana (la Luisiana de True Detective), el cáncer que persigue a Roy. ¿Y luego? Luego está el Sur, también con mayúsculas. El Sur Norteamericano. Porque Roy, como Cohle, es de Texas, y Texas es sinónimo de tipo duro, llanero solitario, eterno extranjero, superviviente. Roy vive en una caravana, Cohle vivía en un apartamento en el que sólo había un colchón en el suelo. Cohle lo había perdido todo. Y todo incluía una hija. Roy también. Aunque su pérdida sólo incluye un par de chicas a las que quiso más de la cuenta.

Por último, juega también Pizzolatto en este primer disparo con los saltos en el tiempo. Saltos en el tiempo que incrementan la tensión de la trama, permitiendo al lector contemplar el futuro por el ojo de la cerradura, un futuro dolorosamente imperfecto que se ha convertido en pasado a olvidar por su protagonista, quien, como una vela de llama marchita, continúa iluminando el mundo cruel en el que habitan los personajes de Pizzolatto. Así, Galveston es una más que musculosa (y potente y disfrutable) muestra del universo en construcción de su autor, un universo polvoriento, despiadado, especialmente apto para aquellos que, como Roy, coleccionan películas de John Wayne, y que prefieren el blanco y negro a los tortuosos matices del Sur según otros tipos, tipos como el enorme Cormac McCarthy