Image: Los pasos que nos separan

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Novela

Los pasos que nos separan

Marian Izaguirre

21 noviembre, 2014 01:00

Marian Izaguirre

Lumen. Barcelona, 2014. 383 páginas, 20 euros. Ebook: 9'99 euros

Un simple y esquemático resumen de la historia que Marian Izaguirre (Bilbao, 1951) narra en Los pasos que nos separan nos sitúa en la órbita de lo que convencionalmente podemos denominar novela sentimental. Lo es, sin duda: el joven Salvador, becado en 1920 para estudiar en Trieste con el escultor Sergio Spalic, entabla allí relación fortuita con Edita, casada y con una niña. Tras una larga temporada de encuentros clandestinos, con un comportamiento de auténtico amour fou, ambos huyen de Trieste -ciudad ya conflictiva en aquellos momentos por las constantes disputas entre austríacos e italianos-, abandonando marido e hija, y se instalan en Barcelona en 1936. A finales de los años setenta, un anciano Salvador, ya viudo, decide recorrer los lugares de su juventud en Italia, acompañado por la joven Marina, a la que contrata como ayudante, con el fin de rehacer su historia de aquellos años y solicitar el perdón de la hija de Edita por haberla abandonado con su padre.

Este resumen omite muchos elementos de la novela que revelan cierto cuidado compositivo y la distancian de sus modelos genéricos convencionales. Para empezar, los saltos cronológicos, que llevan al continuamente al lector del tiempo pretérito a la actualidad y subrayan, en el caso de Salvador, el contraste entre un pasado jubiloso y un presente en el que ha ido creciendo el sentimiento de culpa. Por otra parte, los paralelismos y contrastes que se crean en el interior del relato y tienen una función precisa: los embarazos, en distintas épocas, de Eulàlia, Rossina y Marina y su modo peculiar de afrontarlos. Hay que contar igualmente el contraste generacional entre Salvador, que mira hacia atrás, y Marina, que sólo se plantea su posible futuro, así como los abundantes detalles históricos acerca de la adscripción de Trieste a Italia, hecho que permite incluir algunas escenas protagonizadas por un Gabriele D'Annunzio más político que escritor. Se plantea igualmente la cuestión del aborto voluntario -en la que también posee su función el cuadro atribuido a Antonello da Messina-, con una postura diáfana que se manifiesta en la decisión de hacer narradora de toda la historia a un personaje que no aparece en ella. Esto enriquece el relato, si bien no ayuda a compensar la debilidad psicológica con que están trazados muchos personajes, que, salvo en algunos casos, son casi meros nombres instrumentales.

Los pasos que nos separan será obra grata para lectores no demasiado exigentes, tanto por la historia que narra como porque su prosa es correcta y hasta variada, con pocos descuidos en concordancias ("la nave llena de materiales con los que poder experimentar a su antojo eran completamente suyos", p. 46), algún cruce semántico ("hacer un impasse" por ‘hacer alto, detenerse', p. 139) o algún estiramiento léxico tan de moda como innecesario ("culpabilizaba", p. 43).