Image: La chica del tren

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Novela

La chica del tren

Paula Hawkins

31 julio, 2015 02:00

Paula Hawkins. Foto: J. M. Plaza

Traducción de Aleix Montoto. Planeta. Barcelona, 2015. 400 páginas, 19,50€ Ebook: 9,49€

Si Alfred Hitchcock hubiese nacido en otro momento y aún continuase en activo, obsesionado con las chicas rubias y las relaciones de poder, lo más probable es que La chica del tren, el libro fenómeno del verano, la primera novela de una periodista que, a buen seguro, ha pasado en más de una ocasión frente a la casa en la que vivió sus últimos días Sylvia Plath, se hubiese convertido en una de sus películas. Aunque de haber sido así, tal vez La chica del tren no existiría. Porque ¿acaso no es lo suficientemente hitchcockniana como para sospechar que, sin la influencia del maestro de las sombras, jamás hubiese podido ser escrita?

Y es que pese a jugar en la liga del thriller adictivo, poderosamente adictivo (hasta el punto de que podría retarse a cualquiera que diera comienzo a la historia de Rachel Watson a que tratara de no acabarla y ese alguien perdería la apuesta), y evitar todo tipo de pirueta literaria (más allá de la profunda introspección que le permite la primera persona divida en tres: las tres mujeres de la historia, tan distintas y a la vez, tan parecidas), lo cierto es que sobre el éxito y la efectividad real de esta primera novela de Paula Hawkins (Zimbabwe, 1972), planea el genio del gran Alfred Hitchcock. Y no sólo el suyo. También planea el de Patricia Highsmith, y su perturbadora concepción del noir aún contemporáneo.

Para empezar, la historia guarda, desde el principio, un paralelismo claro con La ventana indiscreta. Rachel Watson, la chica del tren, va y vuelve cada día a Londres en tren, sí, y pasa ante el mismo puñado de casas, y observa a sus inquilinos, hasta el punto de que fantasea con ellos como se fantasearía con muñecos: a este le llamaremos Jason y a aquella la llamaremos Jess, y daremos por hecho que se quieren, y que ella es algo parecido a una artista. Mientras fantasea con ellos, da sorbos a una lata de gintonic, y luego a otra, y el lector descubre que hay alguien, en una de esas casas, que le interesa más de la cuenta. Ese alguien es su ex-marido, Tom. Y es aquí donde entra en juego el factor Highsmith. La obsesión, el tormento, el tren, como ese no-mundo en el que un tenista puede acabar convertido en asesino, y el lado oscuro de cualquiera, por más encantador que éste sea, esto es, el Mr. Hyde que esconde cada Dr. Jekyll.

De hecho, todo en la novela de Hawkins son pequeños homenajes (hay tres voces de tres mujeres, como en aquel poema de Plath, la única escritora que menciona, y con la que establece un juego de espejos: ¿No podía ocurrirles a Rachel y Anna lo mismo que les ocurrió a Sylvia y Assia?), veladísimos, tan velados que no osan interrumpir el ritmo feroz de la historia, ritmo que tiene dos culpables. El primero es el tono de confesión (¿acaso puede alguien dejar de escuchar a una persona que está confesando sus pecados? Porque algo así es lo que hace Rachel: "Bebo, soy un desastre, hace meses que perdí mi trabajo, finjo que no lo he hecho y sigo subiendo al tren cada mañana, ¿en qué me he convertido?"), que empieza teniendo una única voz pero no tarda en sumar otras dos, por lo que el lector echa ahora un vistazo al diario (porque eso parecen, diarios personales) de Rachel, luego uno al de Megan (la chica desaparecida, aquella Jess con la que fantaseaba Rachel) y finalmente otro al de Anna (la nueva mujer de Tom).

¿El segundo culpable? Las pistas. Llegan justo en el momento que deben llegar. Los datos son pocos y se dan con cuentagotas pero se dan en el momento preciso. Y eso es todo un logro. Lástima que la mujer, todas las mujeres, no tengan más remedio que ser, una vez más, las víctimas de autoestima cero de la historia, que sean, en palabras de uno de los personajes, "como uno de esos perros maltratados a los que nadie quiere" y que "por más que echas a patadas, una y otra vez, siempre vuelven agitando la cola".

Redención mediante, lo cierto es que no hay duda de que Paula Hawkins ha sabido cruzar a Patricia Highsmith con Hitchcock (qué curioso que el director adaptara precisamente Extraños en un tren y que la cosa vaya de trenes) y que lo ha hecho bien. Para todos los públicos y bien. Porque sí, La chica del tren es un bestseller pero también es una buena novela. Y eso es casi un milagro.

@laura_fernandez