Image: El ejército de piedra

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Novela

El ejército de piedra

Luis Manuel Ruiz

9 octubre, 2015 02:00

Luis Manuel Ruiz. Foto: Carlos Márquez

Salto de Página. Madrid, 2015. 318 páginas, 17'90€

Luis Manuel Ruiz (Sevilla, 1973) es autor de una media docena de novelas. Con Temblad villanos (2014) ganó el premio Ciudad de Málaga. Y en 2014 publicó también El hombre sin rostro, primera novela de la serie protagonizada por el profesor Fo, que vuelve a aparecer en El ejército de piedra. En ella las estatuas de Madrid adquieren una extraña capacidad de moverse provocando el horror en locales donde entran y salen arrasándolo todo al mismo tiempo que en otros lugares son víctimas de actos vandálicos. Todo comienza con el ataque de un lobo de piedra a una madre y a su hijo refugiados en una iglesia, pasa por el destrozo que otra estatua provoca en el despacho de un célebre arquitecto de edificios subterráneos y alcanza su culminación en la fallida invasión de estatuas en la cámara acorazada de la Prisión Modelo, donde se halla recluido el mayor criminal del planeta, protegido por la terrible Medusa, que mueve los hilos de tan fantástica animación de estatuas por las calles de Madrid a comienzos del siglo XX.

Como no hay explicación para estos fenómenos las autoridades del Ministerio de la Gobernación se ponen en marcha dando lugar a una especie de novela fantástico-policíaca con la investigación de tan extraños sucesos en una historia disparatada, no exenta de humor pero mucho más escorada a una desmedida igualación prosopéyica en la que personas, animales y cosas resultan equiparables mediante el uso y abuso de la deformación grotesca, la animalización y la cosificación. Es cierto que con tales procedimientos degradantes se extrema la visión deformada de personajes e instituciones, como los altos cargos del ministerio y sus invitados reunidos en pantagruélicas comilonas a cargo del erario público. A ellas acuden profesionales reclamados para las investigaciones, como un constructor de autómatas y el extravagante Salomón Fo, dedicado a indagaciones entre la aventura y el misterio, y su alocada hija, dotada de singulares poderes de deducción.

Quedémonos en este disparatado divertimiento con la intriga y el terror desatados por estatuas movidas por extraños poderes, con anagnórisis final incluida, y la visión degradada de las instituciones encargadas de investigar el caso. Pero no es suficiente para componer una novela aceptable. Porque la intriga resulta lastrada por pasajes de relleno con información innecesaria que alarga el texto y anula el suspense: por ejemplo las tres páginas de la lista con datos personales de presos peligrosos que estuvieron encerrados en la cámara acorazada de la Prisión Modelo, cerca del final de la novela (págs. 285-287). Tampoco parece acertada la excesiva carga de naturalismo lingüístico en el habla defectuosa del profesor Fo a causa de habérsele roto sus dientes superiores. Se acude con frecuencia a tópicos y lugares comunes combinados a menudo con frases de relleno. Y hay errores de bulto como la consideración de "periodista" como "adjetivo" (pág. 46), la errónea concordancia en "un formidable águila de piedra" (pág. 301), frases de dudosa construcción y sentido, como "Emilio […] vio que un vagabundo dormía bajo una cornisa a toda velocidad" (págs. 274-275), la impropiedad semántica en el uso de vocablos como "ingresar" y "restar" o el dudoso gusto de expresiones como ésta del narrador referida al capitán Contreras dirigiéndose a los señores del ministerio con el fin de "apacentar sus ánimos con palabras de confianza" (pág. 250), tal vez pensando en "apaciguar".