Image: Y tú no regresaste

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Novela

Y tú no regresaste

Marceline Loridan-Ivens

9 octubre, 2015 02:00

Vías de los trenes que llevaban al campo de Auschwitz-Birkenau

Traducción de José Manuel Fajardo. Salamandra. Barcelona, 2015. 96 páginas. 14'50€ Ebook: 4'75E€

Decía Christopher Hitchens en Cartas a un joven disidente: "Yo por mi parte nunca me he encontrado en una situación de opresión en apariencia insoluble, ni he tenido que tratar de reunir el valor personal de oponerme a una tesitura semejante. Pero observando a quienes si lo han hecho, llego a la conclusión de que el momento rayano en la desesperación es muchas veces el instante que precede a la valentía y no a la resignación".

Marceline Loridan-Ivens, cineasta y escritora, se unió a la resistencia siendo una niña, llevada por un indescifrable deseo de ser valiente cuando muchos de sus compatriotas se conformaban con agachar la cabeza. Capturada por la Gestapo junto a su padre, ambos fueron enviados al campo de concentración de Auschwitz, donde fueron separados. Allí, Loridan-Ivens, descubrió el peor de los muchos infiernos que contenía la topografía nazi de la Europa ocupada: Bergen-Belsen, Treblinka o Theresiendstadt, campos de concentración donde uno podía morir simplemente por capricho, palidecían al lado del monstruo que se levantaba en Polonia. Auschwitz, también conocido como Auschwitz-Birkenau, era el lugar donde se alojaban los peores monstruos del Tercer Reich: desde el Dr. Mengele a Rudolf Höss (comandante del campo), pasando por algunos de los guardianes más crueles de un régimen que había convertido la muerte en una simple ecuación.

En Auschwitz se mataba más gente, a más velocidad, con más saña, que en cualquier otro lugar del continente. Uno podía morir en la cámara de gas, o en los hornos crematorios, o a manos de las SS, o simplemente arrojándose contra la valla electrificada con la esperanza de recibir una certera ráfaga de metralleta desde las torretas que rodeaban el campo.

Morir en Auschwitz era la cotidianidad, sobrevivir algo extraordinario. En su primer mes allí, Loridan-Ivens recibió -a través de otro prisionero- una nota de su padre. La niña que era entonces no logra recordar lo que decía, sólo el encabezado y el final: "papá". Imagina que su progenitor la anima a luchar, a seguir viva, a no rendirse; eso, y una conversación en el tren que les conducía al campo ("tú volverás porque eres joven, pero yo no") son el el hilo conductor de Y tú no regresaste (Editorial Salamandra), un relato durísimo pero esclarecedor sobre el miedo y la determinación. El miedo a vivir y el medio a morir, el miedo a soñar y a perder la esperanza: la chica que a los 14 años se unió a la resistencia recuerda a la gente que vió perecer ante sus ojos, a las personas que plantaron cara, a los resignados y a los rebeldes, pero -sobre todo- recuerda el instante en el que volvió a ver a su padre, un día, a las afueras del campo, mientras ambos se dirigían a realizar trabajos forzados. La última vez que vio su rostro y logró abrazarle mientras un SS la golpeaba hasta dejarla inconsciente.

Loridan-Ivens sobrevivió a Auschwitz y a los nazis y meses después pudo volver a su hogar, o a lo que se suponía que iba a serlo. En la estación sólo la esperaba su tío, su madre había decidido quedarse en casa. La incomprensible decisión marca a la escritora hasta el punto de que en los siguientes meses intenta en dos ocasiones quitarse la vida. La gran paradoja, se planteará el lector, es como alguien que decidió a toda costa (sobre)vivir en el peor de los mundos posibles, tras vallas, perros guardianes, malos tratos y el omnipresente aliento de la muerte, llegará luego a la conclusión de que la vida ya no valía la pena. Como si la lucha fuera el fin y no el modo: superada esta, lo demás es sólo rutina, un vago recordatorio del sufrimiento que te ha llevado hasta el precipicio. Como si sólo la soledad del que decide resistir a toda costa fuera la única excusa para seguir en pie.

Un año después, su padre fue declarado desaparecido, un eufemismo utilizado en tiempos de guerra para cadáveres sin rostro, personas que no constaban en las listas de los supervivientes o cuyo destino no estaba claro pero parecía yacer en algunas de las miles de fosas comunes a lo largo y ancho de la Europa ocupada. El recuerdo del padre, la prisa de la madre por casarla, por arrancar de cuajo el pasado de la niña, como si pudiera despojarle de él y fingir que nunca había existido, sumen a la escritora en un estado de confusión que llena cada página de este libro de apenas 100, de una sensación contradictoria: la de la superviviente que no logra entender un mundo empeñado en olvidar.

El gran mérito de esta novela, casi una confesión en voz baja, llena de dolor pero tremendamente vital, es seguir llenando huecos en esa narrativa que parecía agotada con Primo Levi, Imre Kertész o Victor Frankl. La narrativa de los campos de concentración, de los recovecos de esa Europa medieval que surgió en pleno s.XX, el intento siempre fallido (por inabarcable) de explicar porque -sencillamente- es inexplicable, que llevó al hombre a acostarse con el demonio. Loridan-Ivens nos cuenta que la historia del exterminio jamás estará escrita del todo, siempre quedará algún ser humano con algo que contar. Decía el poeta John Donne que "ningún hombre es una isla", pero leyendo Y tú no regresaste, es difícil darle la razón. Para la autora de este libro fue imposible ser otra cosa.

@tgarciaramon