Como los pájaros aman el aire
Martín Casariego
18 noviembre, 2016 01:00Martín Casariego. Foto: Jesús Marchamalo
Vista en su conjunto, la narrativa de Martín Casariego (Madrid, 1962) es bastante homogénea. Suele valerse de anécdotas intimistas para explorar en los sentimientos. Ha hablado en otras ocasiones de la amistad, de diversas pasiones y del amor. En el amor se centra en Como los pájaros aman el aire. Sin andarse con rodeos pone en boca del protagonista, Fernando, la pregunta seminal: "¿Dónde se esconde el amor?".Fernando es un hombre, todavía joven, ensimismado y un tanto raro que ha roto hace poco con su mujer y se cobija en un barrio popular madrileño. Salvo algunas pinceladas de la situación económica actual que solo sirven de ambientación espacial y temporal, la anécdota se fija en sus cavilaciones, en su aguda sensación de soledad y en sus ramalazos existencialistas de sinsentido vital. Mientras, se entrega a la obsesiva confección de un retablo con imágenes fotográficas de personas a quienes retrata poniéndoles las gafas de su difunto padre. Un día conoce a Irina, una chica ruso-lituana "fría y hermética", se siente imantado por su carácter enigmático y comienza un proceso de aproximación que supone un trato sentimental guadianesco y extraño.
Casariego cuenta esta historia para mostrar el territorio resbaladizo de los afectos y las pulsiones eróticas. La situación acoge sutilezas psicológicas que sirven para penetrar en el alma de alguien que anhela la felicidad y busca el amor con determinación firme, desconfiada y salvadora. En esta original recreación del cortejo entran sufrimiento y desconcierto, elementos básicos de una percepción del mundo como algo misterioso. El protagonista va descubriendo progresivamente los secretos de la existencia y al cabo tendrá un criterio sólido acerca de qué hay que hacer. Lo que conviene es aceptar las penas que infringe la vida por una causa mayor, el deseo de seguir vivo, aunque sea con el corazón "encogido y arrugado". Es preferible, sostiene Fernando, "el sufrimiento a la nada". La novela hace, por tanto, una apuesta vitalista que tiene, además, premio en su sorprendente desenlace. Como en otras obras suyas, Casariego trasmite una visión afirmativa de la vida, sin que ello suponga ignorar los malos tragos por los que todo el mundo pasa.
La historia se materializa por medio de un argumento sencillo, sin complicaciones formales, pero de cuidada construcción, y referido con estilo directo, casi conversacional.
El relato psicológico añade el aliciente de las reflexiones sobre la creación artística a que da pie la dedicación a la fotografía del narrador. Si sumamos el atractivo de unos curiosos personajes y de un puñado de imaginativas anécdotas, resulta una novela muy amena que, aunque parece simple, vuela por las alturas de la literatura moral y filosófica.