Image: El cuervo a través del cristal

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Novela

El cuervo a través del cristal

Carlos Meneses Nebot

5 mayo, 2017 02:00

Carlos Meneses Nebot

Sloper. Palma de Mallorca, 2017. 222 páginas, 15€

La creación del antihéroe de la novela negra, del despojo literario en la narración policíaca, tiene mucho de artesanía y de observación de conductas. En pleno festín de una sociedad lectora gaseosa y pusilánime, el creador "tipo" opta por el camino del medio de la supuesta ética en el horror; por esa senda transitada y timorata por la cual toda novela negra debe dejarnos un tintineo de moralidad y de confianza en el Ser Humano.

Lo que indica, en la mayoría de los casos, que no se profundiza psicológicamente en el charco de ranas que es aquí la condición de ser Hombre. Se ha abusado del buenismo en la inventiva y acaso lo pagaremos. Y se ha hecho buena novela negra en España, sin duda, a pesar de aquella máxima de Vázquez Montalbán según la cual "los escritores de novela negra en España somos tan pocos que Juan Madrid es uno de los dos".

Siendo así, El cuervo a través del cristal de Carlos Meneses Nebot (Palma, 1969) aparece como ese libro negro y necesario que indaga en lo oscuro de cualquiera de nosotros. Su argumento policíaco que relata un caso, uno más, del logrado inspector Víctor Aguirre, es trascendido por el monólogo interior del propio protagonista, con sus vicios y debilidades, acaso depravaciones. Que sea un policía vicioso de una ciudad sin especificar que investiga una serie de ejecuciones a la manera del Cártel de Medellín, que la trama se complique con perversiones sexuales y cine 'snuff' es lo de menos. El logro del autor, insisto, está en esa suerte de confesión del inspector Aguirre en cada página: débil en la adicción y alegal en la búsqueda de un equilibrio de la sociedad que quizá sea el suyo propio.

Dueño de una prosa eficaz y rítmica, el lector simpatiza con el protagonista Aguirre y con su forma de ver el mundo. Los afectos quedan recluidos al sentimiento de dominio que ejerce sobre su subordinado Pérez, y a la tóxica relación puramente carnal con una drogadicta de cambiante carácter. No hay concesión a trampantojos ideológicos.

Meneses escribe frases como puñales, salpimentadas de vocablos marginales, incluso transcribe informes policiales. El libro deja huella por cuanto la novela negra deja de ser excusa y se convierte en fin en sí misma, cada capítulo se cuadra con un clímax de violencia y se favorece así la mecánica lectora. No hay adornos argumentales, sino un argumento simple, un escenario para que el inspector Aguirre desnude sus miasmas ante el lector, ajeno quizá a que el caso policial se resuelva según la burocracia de la Justicia.

La novela finaliza en redondo; sin resquicio a la duda moral o novelesca. Y esto generará antipatías, rechazo, pero no puede uno dudar de la fidelidad al canon de lo que entendemos por novela negra. Puede que tanta condensación de sombras deba ser racionalizada en posteriores entregas de este inspector Aguirre, que tanto tiene de Torrente revestido de Harry el sucio.