Image: Duelo

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Novela

Duelo

Eduardo Halfon

1 septiembre, 2017 02:00

Eduardo Halfon

Libros del Asteroide. Barcelona, 2017. 106 páginas. 16,50 € Ebook: 9,99 €

Si Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) publica una nueva novela, el lector amante de la alta literatura tiene motivos para estar de enhorabuena. Después de Monasterio (2014), donde retrataba la boda en Jerusalén de su hermana con un judío ortodoxo de Brooklyn, y de Signor Hofman (2015), un libro de relatos unidos por el tema del viaje, el autor regresa con Duelo, novela urdida sobre el motivo del recuerdo, aunque todas sus obras tratan sobre la recuperación del pasado, o quizá más bien sobre la explicación del presente a la luz de lo que sucedió en otro tiempo. Los trabajos de Halfon tienen un claro aire de familia que brota de ese interés suyo por la memoria, del tono reposado de sus relatos y del carácter autoficcional, marca también de los tiempos, aunque sus contenidos, salvo por la reiteración de ciertos elementos, se parecen poco.

Duelo es una novela cien por cien Halfon, es decir, un ejercicio de sencillez y un deleite para la sensibilidad. La historia, narrada como las anteriores desde el yo, es un diálogo entre el pasado y el presente, entre el niño que el narrador fue y el adulto que ahora es, aunque el tiempo de la escritura es posterior al que se presenta en el texto. En el libro, Halfon recupera el ambiente familiar de historias en la Sinagoga y costumbres del pueblo judío; también la no-vida en los campos de concentración y la dureza de unos supervivientes que consiguieron crearse un espacio para la dignidad después del Holocausto. Los personajes que retrata fueron antepasados suyos. Por eso sabe bien de lo que habla, aunque no lo hace con el gesto crispado ni enarbola la bandera del odio detrás de su discurso.

En Duelo, Halfon bucea en un tiempo de infancia para tratar de comprender el alcance y la realidad de los recuerdos; quizá también para justificar el presente. De hecho, el paratexto que antecede a la novela se refiere a un enigmático colibrí que cobra sentido tras la lectura del interior. El cambio de país y de lengua (también de nombre, de Eduardo a Eddie), el campamento de verano en Miami, el chalet de los abuelos al borde del lago Amatitlán, don Isidoro, las anécdotas llenas de humor que solo se entienden desde una conciencia adulta, las aventuras de un tío excarcelario o los gritos histéricos de una madre -la suya- cuya magnitud resulta incomprensible para un niño, conforman el material anecdótico. La novela va tejiendo retazos de recuerdos, en apariencia inconexos, ligados por un tenue hilo que se repite a modo de salmo o de estribillo: el de un niño llamado Salomón, primogénito de los abuelos del narrador, que se ahogó en el lago, y el de la existencia, en torno a ese hecho, de viejas historias familiares sobre las que no se puede o no se debe hablar y que permanecen como enigmas en el pensamiento del protagonista.

La maestría de Eduardo Halfon consigue encauzar todos esos fragmentos y reconducirlos hasta lograr que todo el foco apunte a lo que de verdad le interesa: la recreación de una inexplicable inquina infantil -posible por natural en el devenir de cualquiera- que permanece enquistada en la conciencia, y de unos mitos familiares que a su vez reproducen otros dolores también añejos. Con sencillez extrema, Halfon consigue universalizar ese contenido mientras su contención expresiva activa el ejercicio emocional del lector. Puro Halfon, puro deleite.