Image: Dejé de pronunciar tu nombre

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Novela

Dejé de pronunciar tu nombre

Luis Herrero

20 octubre, 2017 02:00

Luis Herrero

La Esfera de los libros. Madrid, 2017. 552 páginas, 21'90€

Carmen Díez de Rivera (1942-1999) fue mucho más que esa "musa de la transición" umbraliana. Fue, a su tiempo, a su carácter y a su manera, la hacedora entre bambalinas del pacto democrático. Desencantada tras una tragedia griega en el amor, acosada en sus últimos años por una terrible enfermedad, Luis Herrero (Castellón, 1955) recuerda al rostro femenino de aquel momento.

La escritura, salvo dos o tres raccontos, es clara. Sorprende la capacidad de Herrero de reconstruir la figura de la Díez de Rivera pública y la privada a partir, por ejemplo, de la extraordinaria información conseguida por Ana Romero. Pero Herrero es capaz de contar a Carmen y de contar su España, y la debacle sentimental que marcó su vida, y de hacerlo todo con una capacidad de evocación y sugerencia que sorprende en un informador. El libro en puridad es la remembranza de los años decisivos de Díez de Rivera (el triste y sabido final del noviazgo con Ramón Serrano-Suñer) más el trazo y perfil del coro de secundarios: Carrillo, el Rey, Suárez, Tierno... De aquellos que convivieron con el temple idealista y tristísimo de una protagonista sobre la que el couché de la época, el generalato y las lenguas vecindonas lanzaron no pocas invectivas.

El libro es voluminoso, sí, pero obedece a la pretensión del autor de hilvanar un tiempo, una mujer y un país. Evidentemente, existen ciertos cartones narrativos difíciles de asumir: las discusiones entre la protagonista y Suárez, de quien fue su jefa de Gabinete, se resumen en un par de frases que fotografían muy plano al de Cebreros. También rechinan ciertos momentos en los que la narración se torna un tanto edulcorada, quizá como compensación al convulso marco histórico en el que se movió Díez de Rivera. Los momentos trascendentales de Carmen en África pecan, quizá, de un lirismo precipitado y simple.

El libro se deja leer con gusto, da una imagen poliédrica de la asesora de Suárez, y conmueve en el sentido en el que Herrero ha elegido a una de las "caras de la Transición" con más profundidad de campo. Díez de Rivera fue fieramente humana, y Herrero no desdibuja demasiado a un personaje que resume en sí el cambio, la decepción, la desesperanza: esa España que huye hacia delante en el tránsito de encontrarse. Herrero acierta al devolvernos con muñeca literaria hacia la Transición y el pálpito de entonces.