Image: El otoño de la casa de los sauces

Image: El otoño de la casa de los sauces

Novela

El otoño de la casa de los sauces

Fulgencio Argüelles

21 septiembre, 2018 02:00

Fulgencio Argüelles. Foto: Archivo

Acantilado. Barcelona, 2018. 280 páginas. 18 €

El otoño de la casa de los sauces es una novela del siglo XX. En El mundo de los prodigios, Robertson Davies defendía la validez del artista nacido a destiempo que se entrega a componer una obra arcaica, pero vocacional y ejecutada a la perfección dentro de los parámetros que le son propios. Pudiera ser: yo siempre estaré dispuesto a creer cualquier cosa que Davies dejara dicha. Sin embargo, querría aclarar a qué me he referido al situar el nuevo libro de Fulgencio Argüelles (Aller, Asturias, 1955) en otro tiempo: no es que trate sobre el siglo XX, o que lo añore, o que actualice las preguntas que dejó en el aire; más bien, aquí tenemos un texto que añora lo que añoraba ese siglo, que piensa lo que en él se pensaba, y que está escrito como se habría escrito entonces (ni siquiera parece darse en él un ejercicio consciente de ironía o contramodernidad). Por otra parte, no importa lo que se diga, siempre operará en nuestra relación con lo literario un componente generacional, que no consiste en leer sólo a nuestros compañeros de promoción sino en encontrar en un libro alguna cosa que apele a nuestro tiempo.

El otoño de la casa de los sauces

El otoño de la casa de los sauces probablemente sea justo el libro que aspira a ser, y en este sentido cabría considerarlo logrado: una novela alegórica, morosa, atravesada por los grandes temas de la culpa y la memoria, la muerte y el amor, con el paisaje al fondo de una época de dictadura y revolución que no es sino la versión estilizada y abstracta de todo un período histórico europeo. Su protagonista, Zígor, es un hombre adinerado que se está muriendo de cáncer y decide afrontar el gran secreto de su juventud: la pertenencia a una organización terrorista que luchó contra un régimen opresivo, cierto, pero aceptando matar a inocentes como contrapartida terrible. Con una puesta en escena casi teatral, Zígor reúne a sus antiguos compañeros en una mansión atravesada por amos y sirvientes. El lector asiste a la llegada de los invitados, a su reencuentro, y a la jugada que Zígor les tiene preparada para ayudarlos a recibir el mismo tipo de iluminación que a él lo ha visitado en espera del final.

Ahora, el reverso. Como he insinuado, esta novela también puede considerarse un proyecto rezagado, en el peor sentido. No hablo de una propuesta que quepa leer como réplica a las modas literarias, sino de una escritura y un tipo de seriedad fruncida que habrían quedado suspendidos donde ya no hay nada. El ejercicio de estilo desplegado sería entonces una naturaleza muerta que ni siquiera constituiría un gesto de desprecio a lo contemporáneo (nada podría interesarme más que el tipo de escritura antimoderna que aspire a tal cosa), al estar cautiva de una gravidez sepulcral. Los temas seguirían vigentes, su tratamiento menos. Creo que todo esto ocurre aquí.

Ni siquiera bajo sus propias exigencias la novela se salva de algunos reparos: hay encorsetamiento y retórica en muchas páginas ("ella, aprisionada en medio de los abrazos, ondulando sus afectos alrededor de los tímidos reproches"), por no hablar de los clichés que salpican la prosa ("sus carnes trémulas", "grito desgarrador"). Los puntos muertos son menos accidente que consecuencia de sus pretensiones de sublimidad.

Ahora bien, la recepción que cada lector ofrecerá a esta obra depende de los dos factores citados: si se siente complicidad respecto del planteamiento general (en cuyo caso resultará una novela convincente), y si Davies estaba en lo cierto y un buen libro puede escribirse como si ser contemporáneo fuera un factor excedentario.

@Nadal_Suau