Sara Velasco

Como si fuese su propia madre, que una vez a la semana tenía que vaciar completamente la alberca para eliminar la negra capa de polvo de carbón procedente de la Central Termoeléctrica vecina, así se despoja de recuerdos, pesares y nostalgias Sara Velasco (Ponferrada, 1954) al narrar su infancia y la de su hermana Ana, y su desdichado final. Tan cómplices, tan amigas eran, que se llamaban a sí mismas (y las llamaban) Anisara, como si de una sola persona se tratara. Los años en el pueblecito minero y su vida en Madrid, donde irán despojándose de su ingenuidad gracias a amigas indiscretas para descubrir la intolerancia pero también la verdadera fraternidad, regalan al lector unas páginas emocionadas que convocan mil fantasmas de un pasado no tan lejano.

Sin alardes estilísticos ni efectismos, con frases cortas, casi como si de un informe científico se tratara, pero también con páginas de notable belleza y sensibilidad, Velasco aprovecha esta novela autobiográfica para denunciar los excesos del desarrollismo franquista y sus consecuencias. También cómo, para salvar la prosperidad de una región y de todo un sector, se ocultaron las durísimas consecuencias para la salud de la explotación del carbón. Quien lo probó y sufrió (la familia de Velasco) lo supo. Demasiado y mal.