Política, magia y horror
La escritora argentina Mariana Enriquez repasa su trayectoria: de una novela fallida a 'Nuestra parte de noche', Premio Herralde de Novela.
Hace 25 años yo tenía 25 años. Quizá 24. Como sea, la mitad de mi vida. Y estaba en una encrucijada. Pocos años antes había publicado mi primera novela, Bajar es lo peor sin tener en claro si quería ser escritora, periodista, estrella de rock, cadáver joven o qué. No la había publicado con ilusión editorial alguna sino por una serie de casualidades: no conocía escritores ni el ambiente, tampoco me interesaba, esa novela era mi experiencia juvenil, mis primeras lectores, mi mundo privado, mi fanzine nocturno.
A los 25 escribí una novela fallida, jamás publicada, de la que no existen ejemplares. Quemé lo impreso, borré lo digital (en ese entonces no había nubes y apenas back-ups) y lloré un poco cuando la rechazaron todos los editores. Hoy diría que aprendí mucho de esa decepción: era una novela fantástica pero yo no sabía aún cómo escribirla. Pero entonces no se sentía como un aprendizaje sino como un final. Como: no puedo dedicarme a esto, aquella primera novela fue una casualidad, una juvenilia, un impulso de niña prodigio tóxica pero nada más. Seré una buena lectora y deberé conformarme.
Poco después, durante y pasada la crisis argentina de 2001 –una de tantas dirán los que saben de la perpetua zozobra de mi país, pero para nosotros fue un parteaguas– escribí la novela que podía escribir: Cómo desaparecer completamente, inédita en España, un realismo recargado y sórdido, suburbano, que de alguna manera me ayudó, como un puente, a llegar al terror y lo fantástico.
Me sorprende pensar que, hace 25 años, pensaba en abandonarlo todo y sin tragedia, con resignación
Esa novela tuvo buenas reseñas y pocos lectores. Sin embargo, me ayudó a buscar esa voz de género que no había podido encontrar, a sondear en el horror y el realismo, a dar con los miedos propios y sociales de mi país y quizá de América Latina para que fuesen el contenido de mis historias, no como denuncia, nunca como denuncia, pero si como posicionamiento político.
Escribo desde mi cuerpo y mi país y mi región en un género que no es el de mi tradición literaria pero sí folklórica: la Argentina y la región están llenas de mitologías y cosmogonías de los pueblos originales masacrados, fragmentos de creencias que resisten; está poblado de leyendas urbanas típicas de nuestras grandes y caóticas urbes; de muertos sin enterrar, de desesperanza, abandono y desamparo. Pero también escribo desde una enorme vitalidad: desde un país con más ediciones independientes que la rica Escandinavia.
Para escribir mis historias que unen la política, la magia y el horror me sentí acompañada por una generación de escritores argentinos que crecieron durante o después de la dictadura. Todos decidimos contar la historia de nuestras vidas atravesadas por infancias inestables y llenas de miedo desde nuestros puntos de vista: Mariana Eva Pérez, que nació en un centro clandestino de detención, escribe y hace perfomances en las que invoca a sus padres muertos con una ouija; Laura Alcoba, cuya familia se exilió en Francia, cuenta historias de supervivencia con la transparencia de un lago antiguo; Luciano Lamberti escribe cuentos de terror en los que la violencia es tan vívida que hay que cerrar sus libros y respirar; Diego Muzzio viaja al pasado y recupera la conquista del desierto argentino y la fiebre amarilla en Buenos Aires haciéndolas resonar en el presente como psicogeógrafo británico; María Gainza es una princesa decadente, culta y graciosa, que mira a Rothko al lado de una cama de hospital.
Hay tantos más. Ellos hicieron crecer mi escritura también. Las obsesiones sin embargo, son mías. Ahora estoy escribiendo. Y acabo de terminar dos libros. Y me sorprende pensar que, hace 25 años, pensaba en abandonarlo todo y sin tragedia, con algunas lágrimas de pérdida modesta, con resignación. Aquí estamos ahora, mis personajes y yo, al lado del mar, pensando en fantasmas, como siempre.
Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) es narradora y ensayista. Premio Herralde de Novela por Nuestra parte de noche (2019). Otras obras suyas son Bajar es lo peor (1995). Cómo desaparecer completamente (2004). La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo (2014). Las cosas que perdimos en el fuego (2016).