Historias negras
Alfonso Font
24 abril, 2003 02:00Historias negras, por Alfonso Font
Se inicia con este volumen la recopilación de las obras completas de Font, y lo hace con la mejor de sus obras. Para valorar en su justa medida estos relatos breves es necesario situarse en su contexto: los años inmediatamente posteriores al fin del franquismo.En aquellos momentos, algunos profesionales de la historieta (Carlos Giménez, Luis García, Adolfo Usero, J. M. Bea, o el mismo Font) acometieron la tarea de conferir a este medio una condición adulta de la que las circunstancias políticas españolas lo habían mantenido al margen, en medio de un marco de incertidumbre en el que la involución era una amenaza posible.
Font se había iniciado en los trabajos de agencia, pero se había curtido en un mundo editorial tan distinto como el francés. Poseía un talento fuera de lo común para el dibujo y contaba con una facilidad para hallar el encuadre preciso y la iluminación más dramática, así como para pergeñar una gran variedad de tipos que pocos han dominado como él. Y estaba decidido, por otra parte, a adquirir un compromiso que desbordara el mero bien hacer de su tarea para contribuir a la toma de conciencia de sus lectores. Esa opción fue la que le llevó a comenzar una serie como ésta en 1979-1980, y también la que le hizo ser partícupe de aventuras como la revista "Trocha/Troya", sus trabajos al alimón con Carlos Giménez en "El Cuervo", recopilados en Mano a mano, las aventuras de Tequila Bang, o sus Cuentos de un futuro imperfecto.
Los que tuvimos la oportunidad de conocer los estudios de estos autores en Barcelona dificilmente podremos olvidar el intercambio de ideas, de técnicas y de lecturas que allí se producía. Estaban convencidos de haber contraído una misión llamada a servir de puente entre un antes y un después en los tebeos. Creo que lo lograron. Como también que, salvo en el caso de Giménez, no les ha sido reconocido. Aquí, con profundo sarcasmo, Font ajusta cuentas con los peores rostros del género humano: la hipocresía, la violencia, o el solipsismo. Incluso con el propio ejercicio de la actividad que a cada uno nos ha tocado desempeñar.
Pero lo más emocionante es asistir a la lección práctica que nos brinda sobre el punto de vista del narrador, colocado en todo momento en el ángulo más preciso y a la vez más ético desde el que mirar todo lo que allí está aconteciendo.