La casa del muerto
Keko
15 marzo, 2007 01:00Mediante una técnica lacónica y precisa, en la que cada imagen y cada sombra están en su lugar, y no hay imagen o sombra de más, Keko nos introduce en ese universo, habitual en él, de fantasía y oscuridad que sume al lector en el desconcierto de hallarse dentro de un ámbito en el que el realismo se ha disuelto y en el que las voces que escucha no parecen pertenecer ni a los personajes ni al creador, sino que están encarnadas en uno y otro para crear la ilusión de que deambulamos por un organismo historietístico vivo que sólo podemos observar adecuadamente desde el interior (y observar con atención, en un artista que tanto apela al voyeurismo, es la mejor manera de percibir lo que allí se narra y la mecánica que se emplea).
Decía Yeats que de la disputa con los demás hacemos retórica, y de la disputa con nosotros mismos hacemos poesía. Y poesía es lo que encontramos en este estado mental de soledad e introspección que tiñe unos relatos en los que, a diferencia de lo habitual en sus coetáneos, dados a dirigir nuestra atención hacia fuera, Keko nos empuja hacia dentro: hacia la indagación de la naturaleza de unas criaturas (el mago Neuralo, el lover boy y la chica de sus sueños…) que se desplazan por un mundo mental en el que conciencia e inconsciencia son cartas entremezcladas por el prestidigitador en una misma baraja.
Un relato tan desnudo y sobrecogedor como Deserted House, de lo mejor que ha regalado este medio como reflexión del proceso creativo, es la síntesis perfecta de la representación de las transmutaciones del pensamiento del artista cuando se niega a acatar las fases lógicas del discurso narrativo y acepta la condición esencialmente dramática de su imaginación, no como un derrame de sus emociones sino como la expresión sobrecargada de las mismas.
Pero el esfuerzo es similar en cada una de esas historias que, tras la lectura de "El perfil requerido" y "Cerrado por vacaciones", donde descubre algunas de las lagunas de pensamiento de las anteriores, vemos que no se acaban en sí mismas sino que, por el contrario, se expanden con una lógica que invita a la relectura: lo que demuestra, como en todo buen arte, que es más importante sugerir que declarar. Ahora bien, el lector que se acerque a este libro para mirar de cerca la ominosa trivialidad de la conducta humana, su bajeza (que Maquiavelo consideraba un hecho inalterable de nuestra naturaleza), encontrará también un ajuste de cuentas con todo lo que hemos dado en describir como grandes conceptos (el amor, la verdad, el poder, la genialidad…), una revancha tan implacable como irónica, porque Keko tampoco renuncia a los efectos mordaces para desactivar toda posible sobrecarga de intelectualismo.
Libro concebido contra la pusilanimidad ética y estética de los tiempos presentes, La casa del muerto se envuelve en formas de antaño (la gráfica de los 50), no porque Keko ame la cita y el pastiche, y tampoco porque considere que el presente es inferior al pasado, sino porque todo su quehacer ha sido una huida constante de la vulgaridad, por lo que no me extraña que en la actualidad esté trabajando sobre un texto de Henry James, con el que comparte ese temor casi obsesivo hacia lo prosaico.