Image: A mí no me grite

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Novela gráfica

A mí no me grite

Quino

24 enero, 2008 01:00

Lumen. Barcelona, 2007. 144 páginas. 16'90 euros

En 1972, Siglo XXI Argentina publicaba el volumen de recopilación de chistes e historietas de Joaquín Salvador Lavado, Quino (Mendoza, Argentina, 1932), ¡A mí no me grite!, del que circularon por España algunos pocos ejemplares distribuidos por la filial española de dicha editorial. El humorista argentino gozaba entonces de una gran popularidad, que había comenzado a trascender fronteras, gracias a la creación de su hoy mítico personaje Mafalda, nacido en el año 1964 para satisfacer un encargo de la casa Mansfield con el que promocionar una línea de electrodomésticos (en realidad fue la empresa quien le instó a que el nombre de la protagonista comenzara por "eme").

Las andanzas de la niña, su familia y sus amigos, rompieron con la tradición de tiras destinadas a un público eminentemente infantil para enlazar con una variante más adulta y psicológica (el Carlitos de Charles Schulz) a la que dar una vuelta de tuerca con la que hacer partícipes a los lectores de algunas cuestiones sociales y, sobre todo, psicológicas, que es precisamente donde estuvo su auténtica grandeza, que aquejaban a unos humanos desconcertados ante el tiempo que les había tocado vivir.

Pero de Mafalda hemos hablado todos por activa y por pasiva, y hoy de lo que se trata es de celebrar que Lumen ponga en nuestras manos este libro de humor universal que Quino compiló con sus dibujos de la década de los años sesenta para las revistas "Panorama" y "Siete Días Ilustrados" (donde aparecían también las historias de la pequeña rebelde), una vertiente en la que siempre he considerado que estaba el mejor y más libre trabajo de este autor maestro en el desarrollo de los gags visuales, que es por donde creo que conecta tan bien con su contemporáneo el cubano Juan Padrón.

El acertado título de la antología nos pone ya en la pista de su contenido. Ese ¡A mí no me grite! es una afirmación rotunda de la condición primordial, según nos recordaba Erich Fromm, para el conocimiento de sí mismo por parte del hombre. Es la demostración de su capacidad de elegir y, por tanto, del paso imprescindible para conquistar su libertad, una libertad que no es sino la capacidad para seguir las voces de la razón y la conciencia.

Si el francés Sempé (creador, entre otros, de El pequeño Nicolás) nos ha mostrado la soledad vital del hombre en un mundo que tiende a cosificarle, y le llena de angustias, Quino trabaja esa profunda desesperación, con especial hincapié en las clases medias, como un humanista que se vale de su capacidad de empatía con los otros para hacer ver que nuestra condición como especie, aunque no parece proclive a sufrir modificaciones, es susceptible de ser percibida como una risible situación con la que tenemos que convivir.

Pocas miradas como la suya han incidido en nuestras neurosis o nuestra soledad, en lo opresivo de la masificación, señalando al tiempo el poder que determinadas instituciones y conductas sociales juegan en la exacerbación de todos esos problemas. De ahí la condición de espejo universal de unas humoradas que relata mediante un lenguaje sincopado y certero con el que, más de una vez, he enseñado a algunas personas a leer imágenes.

Con Quino el humor se hizo un poco más adulto y se distanció de una sátira más social que parecía no haber advertido el peso que la psicología había ido cobrando en las hondas preocupaciones de unas gentes que querían explicarse más por los textos de Freud que por los de Marx.