Image: Coches abandonados

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Novela gráfica

Coches abandonados

Tim Lane

12 febrero, 2010 01:00

Una página de Coches abandonados.

La Cúpula. Barcelona, 2009. 172 páginas, 16 euros


Una de las mejores demostraciones de que "lo negro" bebe más de un sentimiento onírico que de una atracción por lo cruel o lo ambiguo ("soy el oscuro romántico", grita aquí un personaje con mucho de autobiográfico) es este primer compendio de historias de lo que, así lo esperamos, será una trilogía. Y nos llega de la mano de un autor que se ha empeñado en documentar "el gran drama mitológico americano", que no es otro que ese inmenso espejo cóncavo en el que se refleja la iconografía más notoria de un sueño por el que muchas almas han sido puestas en venta para participar de una fiesta fantasmagórica.

Empeñados en salir rápidamente del paso, han sido muchos los críticos que se han quedado en la epidermis de este trabajo, señalando que estábamos ante otro de los sucesores de autores como Daniel Clowes o Charles Burns, pero la obra de Tim Lane (1956) hunde mucho más sus raíces en la literatura y en el cine clásico que en los cómics de sus contemporáneos. El autor, que escribe endiabladamente bien (como entre nosotros le sucedía, por ejemplo, al malogrado Pons de El Víbora), se recrea en los pensamientos de sus personajes, más que en sus diálogos, que maneja también de un modo certero, para pasearnos por unas mentes que se niegan a vivir ancladas y que acumulan, en consecuencia, un sinfín de heridas.

La deuda con el Hemingway de los cuentos es la más evidente (hay incluso un homenaje a su relato "Los asesinos"), pero están también las, por él declaradas, de Kerouac, Steinbeck, o Henry Miller, por ejemplo, o las que yo hallo de N. West, Somerset Maughan o incluso de Hamsun. Y, sin embargo, esas referencias, como las cinematográficas, que le ayudan a hacer más evidente lo real, no le confieren a sus historias la condición de pastiches. Sabemos de donde vienen esos personajes, nos son familiares, pero están ahí para que podamos fijar nuestra atención en las cosas verdaderamente importantes. Es una épica de perdedores que viven en los márgenes de la ortodoxia y que tratan de encontrar un camino en el que algunos sueños no envejezcan.

Por esa misma razón el libro cobra un aire documental, que fue lo que en sus orígenes otorgó su grandeza a lo que luego calificaríamos como "serie negra". Y acoge también toda la mitología del viaje, tan arraigada en la cultura estadounidense, como uno de los sentimientos más auténticos para experimentar lo más íntimo de nuestras capacidades. En ese sentido, la portada del libro bien pudiera haber sido una imagen como la que utilizó Springsteen para su disco Nebraska.

"Respira y camina", se repite uno de sus depresivos personajes, como el único mantra posible para declarar cierta individualidad de su ser, para, en suma, afirmar su esencia. Pero, a diferencia de aquel Forrest Gump fílmico, al que Lane hace un pequeño guiño irónico en la marquesina de un cine, todos estos sempiternos antihéroes saben que siempre respirarán y caminarán solos. La oscuridad de esta obra, pues, más allá de lo que pueda deber a los maestros particulares de Lane (en materia de dibujo él señala siempre hacia Will Eisner o a los tebeos de género de la EC), brota de esa condición que los protagonistas poseen para ser verdugos de sí mismos y para construir unos universos en los que únicamente tienen cabida sus tribulaciones. Hay mucho de masoquismo y de escepticismo, sí, pero, de vez en cuando, y entre tanta sombra, surge una pequeña luz que les recuerda que la verdadera libertad es muy diferente a la de los que se queman en la gran llama de los fuegos fatuos.