Todo va muy bien
Cesc
1 octubre, 2010 02:00Su padre, Joan Vila, D'Ivori, era uno de los ilustradores capitales de aquella promoción que se gestó en torno a "En Patufet" y otras grandes revistas catalanas de un período en el que se entendía que la mejor manera de hacer patria, y vaya que si la hacían, era la de sobrepasar lo local a base de un ejercicio de cosmopolitismo. Los primeros dibujos que conozco de Cesc están publicados en plena guerra, con sólo diez años, y a los quince ya hacía su primera exposición en la sala Rovira de Barcelona. Y en todas aquellas titubeantes obras ya latía el germen de lo que sería su principal signo distintivo: observar con una inconmensurable empatía a la gente sencilla que veía afanarse de acá para allá sin que la asfixia de la sociedad que les había tocado en suerte aniquilara en ellos esa pizca de poesía que Cesc siempre sabía encontrar en cada individuo, incluso entre los que, a todas luces, eran sus enemigos naturales y los de sus personajes más habituales.
Desde el año 1952, en que lo fichó el Diario de Barcelona para hacer una viñeta diaria, pocos serían los periódicos catalanes por los que no fue dejando su rastro (Tele/exprés, Correo Catalán, Avui...), así como las revistas (¡Tururut! -creada por él en 1953-, Mundo, Gaceta Ilustrada, Serra d´Or, Cavall Fort...). Era curioso asistir al progresivo virtuosismo de aquel hombre de buenos sentimientos (su colega Máximo le definió certeramente como el poseedor de "un grafismo franciscano"), lo que ayuda a entender que, pese al costumbrismo de urgencia aparente de casi toda su producción, pudiera trascender fronteras y publicar en algunas de las más importantes publicaciones extranjeras (Punch, Paris-Match, Le Rire, Esquire…). Hasta el MOMA de Nueva York le encargó su felicitación de navidad de 1969.
Muchos españoles, sin embargo, no empezaron a familiarizarse con su trabajo hasta su paso por Hermano Lobo y, sobre todo, su colaboración regular en la mítica revista Por Favor. Aunque algunas de las popularísimas campañas publicitarias de Nescafé o de los slips Ocean hubieran sido inimaginables sin su buen hacer.
Ahora bien: ¿de dónde emanaba su categoría única, que sigue resistiendo perfectamente el paso del tiempo, como comprobarán los que se acerquen a esta antología que abarca desde 1968 a 1978? En primer lugar, básicamente, de su sabiduría para respirar al compás de la línea que trazaba, como sólo han sabido hacer los grandes, Steinberg o André François. Cesc practicaba, en efecto, la economía de los maestros, la de los que saben que el pincel o la plumilla esconden un ritmo que su muñeca debe controlar para alcanzar la excelencia (algún día deberíamos revisar también al Conti de los últimos años).
Y en segundo lugar de su apartamiento de la escuela del humor tremendista español (la de maestros como Herreros, Chumy o El Roto, hijos de Goya y de Solana) para buscar un territorio, no por "amable" menos certero, como el de Sempé, en el que es amo y señor un ciudadano anónimo que no odia en plural, ni es sectario, ni malhumorado, ni grita su desesperación a los cuatro vientos: el español que, si nuestra Historia hubiese sido otra menos desdichada, pudiéramos haber sido.
¡Qué curioso, me digo, que hayan sido precisamente dos catalanes, Cesc y Mingote, nacido este último en Sitges, los que han tratado con su humorismo de introducir en nosotros algo de cordura y civismo!