Poesía

Generación 2000

García Martín publica el canon de la poesía última

3 octubre, 1999 02:00

El crítico y poeta José Luis García Martín, respetado y temido, lo reconoce sin ambages: las antologías de poesía joven envejecen más que ningún otro libro, si bien "cuando el tiempo pasa nos permite ver cuáles eran en cada momento los futuros posibles". De eso, de futuro y poesía, está cargada La generación del 99 (Nobel), una selección de veintiocho poetas españoles de la que ofrecemos algunos fragmentos. García Martín justifica en ellos su elección. Al tiempo, publicamos algunos poemas de Carmen Jodra, versos que expresan las dudas y descubrimientos de una adolescente "con belleza, verdad y humor"

Benjamín Prado (Madrid, 1961), ligado en sus orígenes al grupo granadino de "la otra sentimentalidad", comenzó publicando poesía, pero el éxito no le llegó hasta la aparición de Raro, una novela que mezcla cierta mitología juvenil con la fascinación por la música, el cine y la literatura. La poesía de Benjamín Prado -tal como se manifiesta en sus libros más significativos, Cobijo contra la tormenta y Todos nosotros-, se caracteriza por su brillantez ingeniosa, su carácter narrativo -muchos poemas nos los cuenta alguien distinto del autor- y el gusto por la enumeración culturalista (como en el poema "Cada mañana"). "Me gusta la poesía llena de otros poemas -ha declarado-. Es la poesía que han hecho Pound, Eliot o Robert Lowell, los poetas que más me interesan. Todos los libros están llenos de otros libros, también de la vida, de la experiencia. Uno aprende a escribir dentro de otros libros".

Pocos poetas, para desconcierto de algunos lectores, tan diversos como Jesús Aguado (Madrid, 1961), intimista y metafísico, narrativo y lírico, chocarrero y hondo. él ha querido teorizar dicha diversidad: "Cada libro de poemas es un plan de fuga puesto en práctica para escapar de una cárcel diferente. El poeta que escribe siempre el mismo libro (aun si éste es genial en todos los sentidos) se limita a soñarse como poeta" [Correyero, pág. 17]. Ha traducido una Antología de la poesía devocional de la India, junto a muchos otros textos de la literatura y de la filosofía hindú, y ello ha dejado una muy evidente huella en una parte, quizá la más novedosa, de su poesía.

Tradición y modernidad

La formación clásica de Aurora Luque (Almería, 1962) -es profesora de griego- le ha permitido aunar en su poesía tradición y modernidad de una manera insólita. Sus versos, escritos con un toque de humor y de melancolía, de elegante desenfado, vivifican los mitos clásicos, a la vez que añaden resonancia de siglos a las experiencias cotidianas. "Cómo podría desintoxicarme -dicen los versos finales del poema "Gel"-./ Dependo de por vida/ de una droga. De Grecia". Ninguna acartonada pedantería neoclásica, sin embargo, en esta obra, siempre ingeniosa, casi siempre brillante, a ratos emocionada y emocionante.

Amalia Bautista (Madrid, 1962) ha escrito casi toda su breve obra en endecasílabos blancos. Es la suya una poesía que podría incluirse dentro de la "línea clara" que con tanta insistencia ha predicado Luis Alberto de Cuenca. Sus poemas detestan lo borroso, lo abstruso, la imaginería de corte irracional. Aman, sin embargo, los mitos y los viejos cuentos de hadas. Su claridad, por eso, está llena de misterio. Los poemas de Amalia Bautista cumplen una de las funciones básicas de la poesía, a la que sin embargo no ha querido aspirar buena parte de la poesía contemporánea: son memorables.

Héroes descreídos

En El amigo imaginario, su primer libro importante, nos cuenta José Antonio Mesa Toré (Málaga, 1963) la historia de un personaje que es y no es él mismo, un héroe descreído que se mueve, a juicio de Antonio Jiménez Millán, "entre la pasión y un leve hastío que, según parece, es rasgo generacional" [Rovira, pág. 144]. El "intimismo sugerente" y un uso irónico de la rima serían otros rasgos que aproximan a la poesía de Mesa Toré a la de sus coetáneos. [...]

Vicente Gallego (Valencia, 1963), dejando a un lado escarceos adolescentes, se inicia en la poesía con la luz de otra manera, un libro minimalista y esencial, diario de un náufrago que en un paisaje desolado se enfrenta al sinsentido de vivir. Sus otros libros, menos descarnados, se inscriben en la tradición de la poesía elegíaca, en esa tradición poética que, de Catulo a Brines, nos ha enseñado a amar más intensamente la vida precisamente por su precariedad y su fugacidad. Pocos poetas de ningún tiempo han sabido expresar el tempus fugit y el carpe diem con una pasión, una verdad y un lenguaje tan rigurosamente contemporáneo como Vicente Gallego.
La poesía de José Manuel Benítez Ariza (Cádiz, 1963) es una poesía de tonos grises, de sutiles distingos, una poesía analítica que no gusta del énfasis ni del canto. Con la precisión de un cirujano, con palabras sin brillo, disecciona los sentimientos, las razones del hastío, los tramposos entresijos del vivir humano. No busca la belleza, sino la lucidez, pero en la desolación de todas las quimeras acaba encontrando una especial belleza, sólo suya y de algún otro raro poeta de la frialdad inteligente, como Philip Larkin.

José Mateos (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1963) gusta de la música del alejandrino y del tono conversacional, aprendidos ambos igualmente en los modernistas menores. Hay en sus versos una extraña mezcla de metafísica desgana y de afán de trascendencia. En su libro Soliloquios y divinanzas ha escrito: "después del siglo XIX todo poeta verdadero, verdaderamente grande, ha estado como debatiéndose entre la necesidad que por esencia la poesía tiene de Dios y la sospecha de que cualquier concepción de Dios es, como Dios, sólo la brisa que levantamos cuando, al querer volar, agitamos los brazos".

"Los poemas de Juan Manuel Villalba (Madrid, 1964) -ha escrito Justo Navarro- son escenas construidas con palabras, escenas con afán de ser perfectamente inteligibles. Quieren ser imágenes del mundo que sirvan para entender el mundo: quieren ser el cuidadoso plano de un mundo". Son poemas que nos cuentan con nitidez historias llenas de sombras, que sacan a la luz la ambigöedad de lo real, la inmisericordia cotidiana.

Falacias patéticas

La poesía de Juan Antonio González Iglesias (Salamanca, 1964), hímnica, pindárica, luminosa, contrasta con la de la mayor parte de sus contemporáneos; es una poesía que canta a la plenitud y la belleza del cuerpo humano (sin olvidar el propio cuerpo). González Iglesias es un contemporáneo de Sócrates que fuera a la vez nuestro contemporáneo. En la poesía española no hay otro poeta que hay sentido con tanta intensidad a Grecia y a la vez se haya mostrado menos acartonadamente neoclásico.

ángela Vallvey (Ciudad Real, 1964), que se inicia en la literatura como narradora, es autora de dos libros insólitos: Capitanes de niebla, que trae al verso el mundo exótico de la piratería y los relatos juveniles de aventuras, y El tamaño del universo, poesía que alza los ojos de la cotidianidad -tema recurrente en sus coetáneos- para admirarse ante las raras leyes que mueven el sol y las estrellas. En su último libro, ángela Vallvey nos recuerda unas veces a la poesía china y otras a los poetas dieciochescos que también sabían ver poesía en el rigor de la ciencia.

álvaro García (Málaga, 1965) es un poeta minimalista que descree de las grandes construcciones retóricas. [...] Sin alardes barrocos, desdeñando los juegos de ingenio, no condescendiendo nunca con la falacia patética, álvaro García consigue en sus mejores poemas desvelarnos las bambalinas de lo real con una seca intensidad que contribuye a hacerlos más inolvidables.

Cotidianidad y misterio

Hay cotidianidad y misterio en los poemas de Eduardo García (Sao Paulo, 1965), un poeta que ha querido evitar "el rancio olor de la retórica" para sustituirlo por la naturalidad, la plasticidad, el afán de comunicación. No son escasos los poetas de los últimos años que se han planteado los mismos objetivos, pero pocos son los que han conseguido como él una tan engañosa transparencia. A través de sus versos, que gustan de hacer invisible su compleja elaboración técnica, vemos de otra manera la realidad de todos los días y la rara mecánica de nuestros sentimientos.

Luis Muñoz (Granada, 1966) quiere insertar su poesía en una tradición simbolista "pasada por el tamiz de nuestra tradición poética y de nuestra historia, y por el tamiz de la evolución del lenguaje poético, por la operación de flexibilidad coloquialista que ya había emprendido en la poesía española Campoamor, despojándola de bisutería y de tics pseudopoéticos, y que había continuado felizmente y con rigor Luis Cernuda". Sus poemas buscan unir precisión y vaguedad, como quería Verlaine, y apoyarse en el matiz sugerente antes que en la narratividad o en la anécdota, aunque no la excluyan, como no excluyen tampoco "la vigilancia permanente sobre los agotamientos expresivos del lenguaje" para evitar el riesto -tan presente en alguna poesía joven y no tan joven- de la retórica consabida.

El realismo psicológico, más frecuente en la narrativa que en la poesía, encuentra en José Luis Piquero (Mieres, 1967) uno de sus más destacados representantes. Desde la precoz madurez de su libro Las ruinas (1989) hasta su última entrega, Monstruos perfectos (1997), nos ha ido mostrando con cruel impudor las interioridades de su personaje poético, las tripas de barro y trapo que se ocultan tras el brillo repintado de las apariencias. [...]

Como una "alegoría sucesiva" quiere Pelayo Fueyo (Gijón, 1967) que sean considerados sus poemas, obsesivos poemas llenos de espejos y de rosas, del llanto de un niño perdido en el desván de la memoria y de un secreto mirador desde el que ver pasar hacia ninguna parte el buque negro de los días. Son poemas difíciles de traducir a términos racionales, como todos los poemas que valen la pena, pero no oscuros; muy al contrario: de una deslumbradora y amarga lucidez.

Poesía de la serena meditación la de Antonio Manilla (León, 1967), un poeta que gusta de retener en sus versos la emoción del paisaje, del paso de las estaciones, pero no por mero afán impresionista, sino como "correlato objetivo" de su visión del mundo. "Toda poesía verdadera tiende al símbolo" ha escrito, y en la fértil tradición del simbolismo se incluye su poesía.

En prosa o verso, Lorenzo Oliván (Castro Urdiales, Cantabria, 1968) acierta siempre a mirar el mundo con otros ojos, con ojos de niño o de Adán que nunca dejan de verlo como recién creado. Lo que en él puede parecer a algunos rebuscado ingenio no es sino pasmosa ingenui- dad, espontánea creatividad. Heredero de Juan Ramón y de Gómez de la Serna, considera que el ritmo, la metáfora y la emoción hacen al poema. Pero el poeta que parecía que iba a hablarnos siempre de La eterna novedad del mundo ha acabado por encontrarse, según el título de su libro, con El mundo hecho pedazos. Y su palabra se ha vuelto menos colorista, más honda y desengañada.

De las tankas que integran El sueño de una sombra, la primera entrega de Javier Almuzara (Oviedo, 1969), ha escrito Miguel d’Ors que "dentro de su brevedad y de su tono deliberada y delicadamente ‘menor’ encierran una insólita y compleja intensidad lírica, tan distante del sentimentalismo como del intelectualismo" [d’Ors, 1998, pág. 190]. [...] En Por la secreta escala, Javier Almuzara, el más horaciano de los nuevos poetas, cultiva un decir sentencioso y memorable que no duda en bordear el tópico clásico porque acierta siempre a recrearlo con emoción y verdad.

Desolación existencial

Como un monólogo autobiográfico concibe Ana Merino (Madrid, 1971) su poesía, pero como un monólogo en el que no se reconoce por completo porque quien habla es muchas veces el lenguaje mismo. Como "un poemario básicamente intuitivo", como "el diario de las vivencias del presente" define su primer libro, Preparativos para un viaje, en la poética incluida en esta antología; al segundo, Los días gemelos, lo considera como "el sencillo monólogo de alguien que un día descubrió la fragilidad de las cosas en su propia existencia, que se detuvo a imaginar el mundo desde el otro lado del espejo y que fue incapaz de reconocer su mirada".

Desolación, minuciosa desolación existencial hay en Escombros, la breve y única entrega que Marcos Tramón (Oviedo, 1971) ha publicado hasta la fecha. Con sintaxis minuciosamente precisa, aprendida quizá de Gabriel Ferrater, trata de dejar constancia del sinsentido de vivir. Un toque de ironía contrasta con alguna que otra ingenua pincelada y les da un tono de desengañada verdad adolescente a unos versos que en vano tratan de ocultar su fervor neorromántico.

Javier Rodríguez Marcos (Nuñomoral, Cáceres, 1970), que ha hecho del viaje uno de los temas fundamentales de su labor literaria, comenzó escribiendo una poesía con mucho de impresionistas anotaciones de un viajero curioso que no desdeña el viaje interior por los libros y la memoria. Sus poemas han seguido luego un proceso de progresivo despojamiento, prescindiendo de ciertos amaneramientos y de ciertas melancolías, buscando una pobreza -sólo las líneas esenciales, menos es más- que cuando se consigue es la mayor de las riquezas.

Ironía y sarcasmo

Como un poeta realista, al que le interesa más "la comunicación que la expresividad" se ha definido Pablo García Casado (Córdoba, 1972). Siente "devoción por el dato y la exactitud en las formas", persigue que las palabras evoquen "imágenes nítidas y precisas". Su libro Las afueras se caracteriza por una narratividad sincopada que algo debe al mundo del cine y a ciertas letras de rock. [...]

Hay ironía y sarcasmo, junto a un toque elegíaco que nunca quiere condescender con el melodrama, en la poesía de Silvia Ugidos (Oviedo, 1972). Ella misma ha avisado contra una interpretación demasiado literal del tono autobiográfico de sus poemas: "[...]El personaje que habla en mis poemas, aunque se llame como yo, no soy yo. Es un personaje que me sirve para expresar mis sueños, mis contradicciones, con el que a veces me confundo y otras me observa desde una prudente distancia".

En clave de funambulesco humor se escriben muchos de los poemas de Carlos Martínez Aguirre (Madrid, 1974), un poeta que en su primer libro, La camarera del cine Doré, ha querido escapar del tono sentimental y desgarrado que adoptan muchos primeros libros. Es la suya la poesía de un buen lector, de un autor tímido que sólo de tarde en tarde y como a pesar suyo (el humor es una forma del pudor) nos deja ver que este libro de pastiches y parodias es algo más que un excelente cuaderno de ejercicios.

La poesía de Martín López-Vega (Llanes, Asturias, 1975) -autor ya, a pesar de su juventud, de una considerable obra en prosa- es la de un coleccionista de lejanías, de versos ajenos, de objetos robados a la avidez destructora del tiempo. Autor de una gran precocidad, su último libro, La emboscada, nos muestra al melancólico viajero que protagoniza la mayor parte de sus poemas dispuesto a emprender otros viajes más secretos y peligrosos por oníricas regiones, habitadas siempre por fantasmas de rostro a la vez aborrecible y familiar.

Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977), que hace un lúcido repaso a recientes querellas poéticas en las páginas que preceden a sus versos en esta antología, considera el coloquialismo "un recurso más", del que se vale con cierta frecuencia, "como lo puedan ser las imágenes surrealistas o las escatologías de los simbolistas franceses", aprendidas en Baudelaire y Rimbaud. Su evidente eclecticismo no sería, a su entender, "un síntoma de indecisión, sino la consecuencia natural de hacer de cada poema una experiencia de libertad, una interrogación: la duda metafísica que surge a partir del cuerpo y de los sentidos, tal y como la plantean Justo Navarro o Roberto Juarroz".

último descubrimiento

El primer libro de Carmen Jodra Davó (Madrid, 1980) ha sorprendido a críticos y lectores por el buen conocimiento que su muy joven autora mostraba de las más diversas técnicas poéticas. Las moras agraces es, sí, como han señalado sus detractores, un cuaderno de ejercicios "a la manera de", pero no es sólo eso, ni es fundamentalmente eso. Las dudas, los apasionamientos, los descubrimientos de una adolescente se expresan con belleza, verdad y humor. Pocas veces las esperanzas puestas en un nuevo poeta, a quien todavía le queda todo por vivir y por escribir, habrán estado tan justificadas.