Image: Antología bilingöe

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Poesía

Antología bilingöe

Emily Dickinson

7 noviembre, 2001 01:00

Ed. Amalia Rodríguez Monroy. Alianza, 300 págs., 1.300 ptas. CRóNICA DE PLATA. Ed. Manuel Villar Raso. Hiperión. 469 págs., 2.500 ptas

No es de extrañar que fuera Juan Ramón Jiménez (en su Diario de un poeta reciencasado) el primero en traducir al español los poemas de Emily Dickinson, por la que mantuvo una veneración notable. Leyendo a miss Dickinson, uno se acuerda del Juan Ramón más afilado, de ese poeta hipersensible que escribió algunos de los poemas de más aguzada allendidad en nuestra lengua. La misma allendidad con la que vivió la solitaria y desconocida Emily Dickinson.

La belle de Amherst -como se autodenomina en una carta- nació en ese pueblo de Massachussets, en 1830 y allí murió (apenas se movió de su ciudad natal) en 1886, en el seno de una familia distinguida. En ese momento sólo había llegado a publicar siete poemas en una revista, por lo que al llamarla desconocida en su tiempo (salvo por sus cercanos y para Mr. Higginson, un hombre de letras segundón que se sintió atraído por ella pero que la entendió mal) no cometemos exageración ninguna. La primera edición -muy incompleta- de la poesía de Dickinson, preparada por su hermana Lavinia y por el señor Higginson, apareció sólo en 1891 y su obra no se completó sino con la edición de Thomas H. Johnson en 1955, pues en sucesivas ediciones volvían a aparecer poemas nuevos. Como dice Amalia Rodríguez Monroy, Emily Dickinson está en la estela del romanticismo de Edgar Allan Poe, un romanticismo crepuscular que viaja hacia el interior del alma humana, pero con una escritura muy diferente. Pues lo que llama la atención en la, muy a menudo, espléndida poesía dickinsoniana, es cómo utiliza los cambios, rupturas y síncopes en el ritmo -formas básicas de lo que se llamaría modernidad-, ese poder ir más lejos en el análisis, constatación o encuadre de situaciones anímicas extremas o incluso abisales, que en algún momento hasta nos podría parecer preludiar alguna búsqueda de Beckett. Emily Dickinson es una aventurera del espíritu, una mujer que al escribir sus estados de angustia, sus visiones de muerte o sus quimeras de amor está ensanchando el territorio de lo decible, como harían muchos de los grandes modernos. Pienso, por ejemplo, en el magnífico poema 425, "Buenos días -Medianoche" (que serviría de título a una gran novela de Rhys) y que naturalmente figura en las dos antologías que voy a comentar. Dickinson poeta de la allendidad, mujer en el borde del pétalo, en la frontera máxima de uno de los movimientos que esperamos siempre del lenguaje en la poesía...

Crónica de plata -la obra de Manuel Villar Raso- tiene un buen prólogo informativo, es bilingöe y traduce con acierto una selección bastante amplia de la obra dickinsoniana: 425 poemas de los 1775 que se conservan de la autora. Aunque busca los poemas más modernos (que no son pocos) su selección deja ver el lado más convencional, más de soltera señorita romántica, que se puede sentir en parte de la obra de Dickinson, preferentemente en la más temprana. Diríamos el poema primero de esta selección -"Hay otro firmamento"- dirigido a su hermano Austin, en 1851. Confieso, con todo, que pareciéndome más que digno el trabajo de Villar Raso, encuentro más atractiva para el lector la selección de Amalia Rodríguez Monroy (101 poemas, si he contado bien, sólo usa la numeración original) pese a su humilde título: Antología bilingöe. En el prólogo propone y explica bien -incluso con su pequeño débito lacaniano- la modernidad de esta poetisa extremada y plena, y su antología se afila hacia los poemas de mayor extremosidad o allendidad siempre traspasando lo real. Su traducción, además, parece conservar mejor la esencia del inglés roto -voluntariamente roto- de miss Emily, aunque ambas antologías sean excelentes trabajos. Nunca fue mal año por mucho trigo, oímos decir siempre.