Image: Tiempo y abismo

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Poesía

Tiempo y abismo

Antonio Colinas

3 abril, 2002 02:00

Antonio Colinas

Tusquets. Barcelona, 2002. 130 páginas, 11 euros

Tres o cuatro líneas se entrecruzan en Tiempo y abismo, como en toda la poesía última de Colinas. El libro comienza conuna de esas previstas muertes, la del padre, que marcan un antes y un después en cualquier biografía, y con un regreso a los escenarios leoneses de la infancia y de tantos poemas: "los páramos negros","la casa de los veranos de oro", los paisajes del alma.

Muy distinto es el tono, también autobiográfico, de "De repente, aquel 68", recreación de la aventura de los veinte años en un París que parecía el símbolo de todas las libertades; el poema quiere ahora ser a la vez personal y generacional.

Hay también, no podía ser de otra manera tratándose de Colinas, un componente culturalista. "La violinista Alma Moodi interpreta a Bach en el funeral de Rilke" se titula uno de los poemas, según la moda de hace treinta años. Otro poema, "La llama que canta", glosará un verso de Lope. Fray Luis está muy presente. Y a Unamuno remite "A la figura de un Cristo hallada entre el estiércol de un establo".

El Colinas comprometido resulta el menos logrado. Al conflicto entre judíos y palestinos remite "Postal de Oriente": "Es una historia antigua, muy antigua,/que se repite un siglo y otro siglo:/unos juntan sus manos y otros las separan". En "La mordaza" se critica a los "odres de hipocresía que, desde sus refugios/de poder [...] van poniendo mordazas". Buenas intenciones, bondadosas vaguedades, que se quedan sólo en eso. Mayor ambición hay en "Crepúsculo en Medellín", el poema más extenso del libro, el más detallado y realista, costumbrismo y crítica, casi crónica viajera (desentona, quizá, el mensaje final, por su gastada grandilocuencia). No faltan los poemas de circunstancias, convencionales poemas de homenaje: los dedicados a la muerte de Claudio Rodríguez, a los dibujos de José Hierro, a una anécdota en Madrigal.

El mejor Colinas es el que vuelve sus ojos hacia la naturaleza y nos habla de una trascendencia que está a medio camino entre el misticismo y la ecología, el que se detiene a escuchar, una "noche de gran luna llena/el lamento ardoroso de los ciervos", el que en "los montes dormidos" siente que hay, "en sonidos y aromas,/un más allá eterno/que hace que seamos otra cosa/ que seres que han nacido para morir".

Más extenso que intenso, Tiempo y abismo es un libro que no busca el brillo estilístico (aunque lo consigue en no raros pasajes), sino la verdad y la emoción, la lección espiritual y el rechazo de algunos aspectos de la sociedad contemporánea. Le falta quizá un cierto distanciamiento, un punto de ironía; y le sobra algo de enfática solemnidad, de insistencia en lo sublime. Muy característica resulta la poética neorromántica manifestada en "El poeta da razón de su palabra", donde se replica a ciertos detractores: "Me arriesgué a encontrar los tesoros nocturnos/marchando sobre el borde de los acantilados/ por senderos musgosos,/ penetrando en malezas que ocultaban/los cepos oxidados de la envidia/ y los antiguos pozos abismales/en cuyo fondo aúllan corrompiéndose/ los animales del odio".

Termina Tiempo y abismo con una despedida de la palabra, con una apelación al silencio: "Adiós, palabra, adiós./Cierro los labios y los ojos, cierro/esta última página/y te dejo en la noche del libro,/pues me voy a escuchar/la luz en el silencio".

Un silencio, sospechamos, que no durará mucho: Antonio Colinas, poeta que aspira a ser también guía espiritual, ejemplo y lección, siempre encuentra palabras, hermosas y reiterativas palabras, con que expresar lo inefable.