Image: Santa deriva

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Poesía

Santa deriva

Vicente Gallego

8 mayo, 2002 02:00

Vicente Gallego. Foto: Pedro Armestre

Premio Loewe. Visor. Madrid, 2002. 101 pags., 7 euros

Con una cita de Francisco Brines se inicia Santa deriva. Inevitable parece referirse al autor de Ensayo de una despedida al comentar el último libro de Vicente Gallego, pero no para hacerlo de menos, sino todo lo contrario. En pocas ocasiones un magisterio ha resultado más enriquecedor. Conocer el punto de partida nos ayuda a valorar los logros de esta poesía, a la vez razonadora y alucinada, hímnica y elegíaca. No todos los poemas están a la misma altura, a veces el autor se enreda en la sintaxis, tropieza con el énfasis o parece quebrarse de sutil; pero esos inevitables lunares sirven para subrayar los logros del conjunto. Ilustrativo puede resultar detenerse en uno de los poemas prescindibles del libro, "Mi homenaje". Utiliza un procedimiento frecuente en él y en poetas como Benítez Reyes: construir una especie de adivinanza cuyo solución se nos revela en los últimos versos. "Por cuanto ya he leído,/me permito afirmar que a nuestro gremio/le parece arriesgado dedicarte un poema", comienza ese homenaje a la amistad en el que el autor muestra su asombro ante tan "gran ausencia". Poco ha leído Gallego para afirmar tal cosa: ni en su generación ni en las anteriores escasean los poemas a la amistad. Inmediatamente nos vienen a la memoria "De amicitia", de Martínez Mesanza, tantos poemas de De Cuenca, la "Amistad a lo largo", de Gil de Biedma, para no remontarnos a la poesía del XVIII o a la poesía china, donde es quizá el sentimiento predominante.

Escasos son los poemas trabajosamente construidos sobre una intuición falaz. Gallego domina el arte de pensar con imágenes, de vivificar el tópico. Ya los dos primeros textos son una muestra de su audacia. ¿Cuántos poemas se han dedicado a las nubes, a los machadianos olivos? Me atrevería a decir que ninguno de ellos hace sombra a los de Vicente Gallego. Sus "blancas nubes serenas,/felicidad sin causa" abren un libro en el que la felicidad, el gozo de existir, resulta (como en Guillén, aunque de otra manera) protagonista.

Libro pagano y a la vez hondamente religioso esta Santa deriva. "Oración pagana" se titula precisamente uno de los poemas; "Credo", otro de ellos. Mucho de oración a un Dios sordomudo o inexistente tienen buena parte de los textos: "Dios del miedo y la duda, mezquino redentor/que nuestra sangre exiges para darte a nosotros,/mira bien este don terrenal e inmediato/que es la humana y modesta primavera/y no pretendas luego seducirnos/con esa eternidad macabra que prometes".

Poeta de la carne, del calumniado barro que somos, Vicente Gallego. "El barro del prodigio" es uno de los más hermosos poemas del libro: "Placer limpio de culpa,/airado instante/de la sagrada y puerca maravilla,/justicia eres de dios, si un dios existe,/segundo en que la carne vuela y canta/desde el alado centro de su humana ceniza". Poeta Gallego de la serenidad y también de la razón alucinada que explora sus límites. En ninguna antología de poesía mística desentonaría un poema como "La razón ebria", cuyo subtítulo ("LSD-25") alude a la sustancia desencadenante de esa experiencia.

Brines está detrás de este libro ("Refutación de la nada" es una reescritura de "Definición de la nada", de Insistencias en Luzbel), y también Guillén y Claudio Rodríguez, pero Vicente Gallego casi nunca suena a epigonal: sabe ser personal sin renunciar a una tradición. De la "descabalada ciencia de la felicidad", del "sueño quebradizo de la vida", "de una dura progenie esforzada y dichosa/por la que sabe, sorda, de su nombre la rosa" habla Santa deriva, libro de madurez, culminación de una manera de entender la poesía, uno de esos libros que nos hacen más sabios, más lúcidos al borde del abismo y también más conscientes de la fugacidad y la felicidad.