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Poesía

71 poemas

Emily Dickinson

27 marzo, 2003 01:00

Emily Dickinson

Trad. Nicole D’Amonville Alegría. Lumen. Barcelona, 2003. 215 páginas, 18 euros

De Emily Dickinson había -y hay- en nuestro idioma las versiones poéticas de Marià Manent, las filológicas de Margarita Ardanaz y las escuetas, concisas y ajustadas de Fernández Ferrer. A ellas viene a sumarse ésta, de Nicole D’Amonville, que aporta, entre otras novedades, la inclusión de ocho poemas que no habían visto la luz aún en castellano.

También el haber seguido como texto-base, en vez de la edición de Thomas H. Johnson, que era hasta ahora la canónica, la edición crítica de R. W. Franklin, publicada en 1999 y que recoge todas las fuentes textuales existentes: 1789 poemas -catorce más que los que reunía la de Johnson. Para facilitar al lector el cotejo de ambas, Nicole d’Amonville indica, en cada uno de los textos, el número que tiene en las dos ediciones citadas, así como lo que parecen sus variantes. Ha respetado su ortografía, que es, a la vez, fonética, rítmica y sintáctica. Ha "mimado" -dice- "lo que algunos críticos consideran su ‘mala gramática". Y ha establecido un interesante corpus de correspondencias entre las dificultades que esta poesía presenta y las soluciones que su traducción les da. Nicole d’Amonville va más lejos que sus predecesores, porque explica la lengua poética de la Dickinson en todos y cada uno de sus elementos, rasgos y detalles: desde el uso que hace de la balada y del himno hasta las innovaciones que suponen sus rimas, las peculiaridades de su léxico, su sentido semántico de la estrofa, su gusto por el metro corto y su utilización de un subjuntivo que parece casi conjetural. La presentación que su prólogo y sus nutridas notas hacen, objetiva una nítida imagen de su autora, que lo es también de su escritura, y que permite hacerse una fundamentada idea de lo que esta obra supone y es en sí.

Esta nueva versión aspira -y a veces lo consigue- a "experimentar cada palabra, cada sonido, cada silencio", porque eso es traducir: "leer de verdad". Estamos, pues, ante una traducción hecha desde dentro, que, más que complacerse en la epidermis, busca recorrer y comprender su no siempre fácil profundidad. Eso -que es su mérito- también es su límite, y no sólo el de la traducción, sino el de la propia autora cuyo proceso aquí seguimos de una manera casi natural, gracias al acierto en la elección de los ritmos y a los logros en la reproducción de los tonos. Nicole d’Amonville ha encontrado una forma de canción que se adecúa bien a la escritura de la Dickinson, porque conserva la cortedad del decir en el relámpago e instantaneidad de lo dicho. Como prueba de ello, pueden verse el inicio del poema 236 o los dos primeros versos del poema 260 . Algunas veces , acorde con el original, se sigue su estructura gnómica, y se mantiene su estilo aforístico, como en el poema 278; otras, como en el 292, se opta por una rima en la que resuenan tanto la atmósfera de lo becqueriano como los becquerianismos. Despair es un término que repite mucho Emily Dickinson por influjo de Dante tal vez, y que está muy entronizado en su poética: en una poética en la que "lo sobrenatural no es sino lo Natural revelado", y el poeta, quien de "ordinarios significados" es capaz de destilar "asombrosos sentidos".

Hay huellas de Shakespeare, Coleridge, Keats, pero también algo que resulta muy moderno: la economía lingöística, la angustia existencial, la indeterminación, la duda. Emily Dickinson -cuyos poemas largos interesan menos- consigue en los cortos el poema hecho trazo. Asistimos allí a this consent of language que es "amada filología". Y es que su modernidad está en el recorte del contorno, en la casi apariencia de fragmento que estos poemas tienen, como si fueran restos de una ruina y, a la vez, puntas de un iceberg.