Image: De la simple existencia

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Poesía

De la simple existencia

Wallace Stevens

11 septiembre, 2003 02:00

Wallace Stevens

Trad. Sánchez Robayna. Círculo. 272 pp., 15 e. El hombre de la guitarra azul e Ideas de orden. Trad. J. J. Heffernan Icaria. 174 pp. 15 e. cada uno

Un poeta suele interesarnos por lo personal de su estilo, lo singular de su pensamiento o el sentido de su evolución. Pocos, sin embargo, logran interesarnos por estas tres cosas a la vez. Stevens es uno de ellos: en él el estilo se hace pensamiento, y éste determina y dirige toda su evolución.

El hombre de la guitarra azul es una obra clave de la poética que Carlos Bousoño llama "postcontemporánea" y que se inicia con Les fleurs du mal de Baudelaire. Julián Jiménez Heffernan contextualiza el libro en el clima espiritual subsiguiente a la depresión de 1929 y a la crisis general de valores que ésta hizo aflorar o que catalizó. Cita oportunamente La rebelión de las masas de Ortega y los Paisajes de multitud de Lorca, e ilumina no sólo la complejidad técnica que caracteriza su estilo, sino la estética, la metafísica y la ideología sobre y por las que discurrió.

El prólogo de Jiménez Heffernan subraya, sobre todo, esto: que Wallace Stevens no hizo su camino solo, y que lo acompañaron en el mismo, aunque de desigual o diferente modo, William Carlos Williams, T. S. Eliot, Auden o Yeats. Entre 1933 y 1937 Stevens adquiere conciencia clara de lo que quiere hacer: escribe entonces poemas admirables y concibe lo que definirá como "Ideas de orden". La vía que sigue es la de la cesura y la elipsis, la de la economía y la supresión. A El hombre de la guitarra azul la crítica ha sabido encontrarle posibles referentes, como El guitarrista ciego de Picasso, conservado en el Art Institute de Chicago, o el artículo "Hecho social y visión cósmica" de Christian Zervos, publicado en el monográfico de "Cahiers d’Art" dedicado a Picasso en 1935. Pero Bloom ha ido más allá: ha reconocido la influencia de "With a guitar. To Jane" de Shelley, y Vendler, la articulación -casi atemática- del jazz, en la que reasumiría el viejo sueño formal simbolista intentado por Mallarmé y descrito por Valéry. Menos, en cambio, han sido los que han visto lo que esta escritura tiene de religiosa: "Paseo en barca tras el almuerzo" obliga a no descartar esta posible clave de lectura, a la que se añaden otras, como "Notas tristes de un vals alegre", o "Cómo vivir, qué hacer", que explicitan la nostalgia de un "lejos del fango de la tierra".

La poesía de Stevens tematiza, más que ninguna otra cosa, la preocupación por la muerte del alma. En ese sentido es, más que un poeta metafísico, un poeta absolutamente religioso. De ahí el ascetismo que lo configura y que no es otro que su respuesta ontológica y lingöística al vacío dejado por la ausencia o la muerte de Dios. La introducción de Andrés Sánchez Robayna subraya este aspecto determinante de una obra poética en la que la plástica, la música y la filosofía se han integrado como componentes hasta constituir una unidad total.

Las versiones de Jiménez Heffernan y de Sánchez Robayna son tan diversas como convergentes: las del primero son lingöísticamente más profundas; las del segundo, poéticamente más exactas. Una muestra una significativa parte de su obra; otra ofrece las fases de su desarrollo y, por lo tanto, el sentido de su evolución. Podríamos decir que no se excluyen sino que se complementan, y que, si la de Jiménez Heffernan objetiva un momento de su trayectoria, la de Sánchez Robayna permite seguir todos los movimientos de un mismo y único motor: el de una escritura deslum-
brante no tanto por su brillo como por su profundidad.

Wallace Stevens es un poeta imprescindible en el que se proyecta una creencia y se materializa un modo de sentir y de pensar.