Image: No quisiera morir

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Poesía

No quisiera morir

Boris Vian

13 noviembre, 2003 01:00

Boris Vian tocaba en una banda de Jazz. Foto: Archivo

Traducción de Juan Antonio Tello. Hiperión. Madrid, 2003. 84 páginas, 8’65 euros

Conociendo buena parte de la obra de Boris Vian (no poca publicada póstuma, como el libro del que enseguida hablaremos) no tengo duda de que lo mejor de su temperamento y su clima literario está en novelas líricas como La espuma de los días o El otoño en Pekín...

Pero no hay duda de que Boris Vian (incluyendo sus novelas de serie negra escritas con pseudónimo anglosajón, Vernon Sullivan) fue un raro fenómeno de la posguerra francesa, asimilable a algo que pudiéramos llamar (cerca de Camus, pero sin teo- rías, sin filosofía) el lado vital de un existencialismo desesperado.

Vian murió en 1959, con 39 años. Frecuentó la noche y se casó dos veces; tuvo problemas con la censura y con la moral puritana; escribió novelas, versos, guiones, obras de teatro y de cabaré y participó en una banda de jazz. La vida le bullía a chorros y se le escapaba a chorros y esa cierta conciencia trágica lo martirizó. El mundo literario le conoció muy bien -mientras aún vivía- pero no tanto el gran público, porque las grandes editoriales (a pesar del apoyo de su amigo Raymond Queneau) se le resistieron. Boris Vian mezcló el talante más popular del existencialismo -la vida como una agonía que debe exprimirse- con cierta herencia surrealista que permite la entrada (juguetona o melancólica) de lo irracional en el discurso. Además creyó en la oralidad de la poesía -mejor dicho, creyó en las canciones- y fabricó poemas donde importa el juego de palabras, la confesión inmediata, directa y retorcida -metaforizada- y también un sonar de rimas ocasionales y fáciles (suaves, en general) que recuerdan de inmediato al lector que lo que lee podría ser cantado, y es más, a lo mejor ganaría como canción. Uno imagina muy fácilmente en una "cave" existencialista a Juliette Greco, de negro, cantando un poema de Boris Vian, por ejemplo "Ils cassent le monde/ en petits morceaux..." (Rompen el mundo/en pequeños pedazos).

No quisiera morir es un librito de poemas que Vian escribió a fines de 1952 y principios de 1953, en momentos apurados de su vida nunca tranquila. Pero el libro no se editó sino póstumamente, en 1962. Se trata de un libro ligero, de poemas con alma de canción, con juegos de palabras (modificaciones léxicas difíciles de traducir) y un espíritu entre surrealista, canzonetista y rebelde que recorre todas las composiciones. El poeta anhela vivir, pese a que la vida es difícil, y está llena de trampas y asechanzas; le duele envejecer y le duele acabar (lo imagina con tristeza) porque pese a que la vida está llena de defectos y patas quebradas, le gusta vivir. ("Es suficiente que me guste/una pequeña brizna de hierba azul").

Lúdica, metafísica, surreal y elemental, la poesía de Boris Vian parece estar, incesantemente, llamando a la canción. Pero ¿no es la canción -en todos sus modos- una forma básica de la poesía?

Juan Antonio Tello ha traducido bien a Vian (la edición es bilingöe) y ello no es fácil, pese a la aparente ligereza. Primero -y más obvio- por sus juegos con las palabras, deformándolas creativamente. Después, por las rimas, que irregularmente llenan el poema, produciendo esa tenue musicalidad de canción. Una traducción nada fácil bajo su aparente sencillez. Y de elemental muestra sirve el título (que es el primer verso del primer poema). "Je voudrais pas crever" significa "No quisiera morir", cierto. Pero "crever" (reventar, normalmente) en el matiz semántico que usa el autor, algo jergal, valdría por "estirar la pata" o "palmar"; con lo que el título mejor habría sido "No quisiera palmarla"... Más cerca de un Vian vital y exacerbado. Aunque no sea la poesía (en verso) lo principal de su obra, ciertamente.