Image: Antología

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Poesía

Antología

Ramón Gaya

20 noviembre, 2003 01:00

Ramón Gaya. Foto: Bernardo Díaz

Fundación Santander Central Hispano. Madrid, 2003. 215 págs, 15 euros

Aunque una mínima parte de su obra está escrita en verso (un puñado de sonetos y poemas en heptasílabos), toda la obra literaria del pintor Ramón Gaya es obra de poeta.

Sus escritos sobre Velázquez, sobre Leonardo, sobre la naturalidad del arte y la artificialidad de la crítica (tema de su último trabajo de cierto empeño), no son nunca, como él mismo señala de los de Bergamín, ensayos propiamente dichos: "juzgados por muchos un tanto caprichosos, no son nunca investigación, ni análisis, ni crítica, sino ellos mismo creación poética completa; no son un razonado comentario suyo a tal o cual obra de otro, sino irrazonada, inspirada obra propia".

Toda la contundente arbitrariedad que encontramos en la manera de razonar de Ramón Gaya se desvanece si la consideramos de esta forma. Los ensayos de Gaya nunca deben tomarse al pie de la letra, quieren siempre decir otra cosa de lo que dicen literalmente, valen por lo que sugieren, por la manera de representarlo a él de cuerpo entero, Quijote incansable en su combate contra el arte moderno y contra la entera Historia del Arte, que se nutre "de ese material equivocado que le proporciona la Crítica"; diríase, añade, que no quiere más que "historiar, sea lo que sea, cegada, obcecada por su propia función: de ahí que los mayores desatinos críticos puedan ir pasando, tranquilamente, a ser suyos, es decir, a ser eternos, grandes desa-tinos eternos". Las afirmaciones de Gaya unas veces son media verdad y otras verdad y media, como las verdades del poema.

Quizá por eso lo más fascinante de esta antología, seleccionada con el apasionado rigor de costumbre por Andrés Trapiello, sean los fragmentos del Diario de un pintor. Entre 1952 y 1953, Ramón Gaya viaja por Francia e Italia. Francia es París y, sobre todo, el Louvre; Italia es Florencia, Padua, Vicenza y, sobre todo, Venecia. El diario de un pintor es obra de poeta, de un pintor que fuera fundamentalmente poeta. Como poemas en prosa valen la mayoría de los fragmentos, llenos de intuiciones felices. Ramón Gaya nos habla de un atardecer desmesurado e inhóspito visto desde el Pont Royal, en París; de las estatuas callejeras de Florencia, que son de Verrochio y de Luca de la Robbia, de Donatello y de Michelangelo, pero que están diseminadas "como si llevasen una vida imprecisa de mozalbetes de barriada, con su consabida mezcla de cinismo y desamparo"; de un café, en la Piazza del Santo, en Padua, y de unos soportales acogedores desde los que se contempla una estatua ecuestre de una hermosura insultante, el Gatamelatta; del Palazzo Chiericati, en Vincenza, visto a pleno sol, conviviendo y codeándose con una línea de tranvias provinciana que casi le roza el costado; nos habla, sobre todo, de Venecia, del rumor carnal del agua marina al chocar con los escalones de mármol... Pocas veces una ciudad tan vista, tan hecha pintura y literatura, como Venecia, habrá estado tan bien vista.

Las notas viajeras del diario se completan con los capítulos de Balcón español -Madrid, Córdoba, Barcelona- y de Cuaderno de viaje -Asís, Montmartre, Lisboa-, no menos llenos de atinadas intuiciones. El inicial descubrimiento del mundo está en "Huerto y vida", "De los huertos" y "Merced, 22", sobre su Murcia natal. Qué precisa y qué murciana es su distinción entre huerta, "lugar de cultivo", y huerto, "mágico recinto", "idealidad carnosa", "imagen pensativa, sensitiva, del vivir mismo".

Quizá se echen en falta en esta antología las anotaciones romanas de Gaya. Pero hay un espléndido soneto que puede compensarnos de esa ausencia. Se titula "El Tevere a su paso por Roma", y está formado por una única demorada oración que se extiende a lo largo de los catorce endecasílabos. Ni Quevedo ni el mejor Alberti, el de Roma peligro para caminantes, habrían desdeñado firmar estos versos ("no es un río presente, es una fosa,/es una tumba viva y temblorosa/que va hundiéndolo todo en su regazo") con su pescador inmóvil, sus ratas repentinas, sus putas ambulantes, sus canes ociosos y su lujo de basuras.

Poeta de obra escasa, pero suficiente, Ramón Gaya. Esta antología nos deja con ganas de volver a su obra completa, en la que nada sobra, ni las líneas en apariencia más circunstanciales ni los juicios sumarísimos, si no siempre atinados, siempre fértiles.