Image: Paraíso cerrado. Poesía en lengua española de los ss. XVI y XVII

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Poesía

Paraíso cerrado. Poesía en lengua española de los ss. XVI y XVII

José María Micó y Jaime Siles (Ed.)

15 enero, 2004 01:00

Lope de Vega y Francisco de Quevedo

Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2003. 666 págs, 17’50 euros

Todos hemos leído la poesía española del Siglo de Oro -que son dos siglos- o al menos la de sus poetas más notables (Garcilaso, Fray Luis, San Juan de la Cruz, Góngora, Lope, Quevedo...) y todos poseemos la noción literaria de que se trata de una muy alta poesía y de uno de los corpus líricos más importantes de la poesía europea y mundial.

Suma importancia, no hay duda. Pero también solemos creer que ese rico tesoro es un venero hoy sólo para estudiantes y especialistas. Esto es, algo eximio, sí, pero que ya no nos incumbe como lectores. De ahí que la primera virtud de esta magna antología, que han hecho dos poetas que también son profesores, o a la inversa, sea precisamente su intención divulgadora, no en el sentido didáctico más usual, sino en dirección al lector de poesía. Sin erudiciones innecesarias, con un texto filológicamente muy pulcro, pero que ha modernizado las grafías donde no chocan con la rima (se dice conceto e indino y no concepto o indigno) o con la métrica, Paraíso cerrado se quiere una antología para el lector de poesía, en general. Para el mismo que lee nuestra poesía más reciente o una nueva traducción de Donne o de Rilke. Se pretende que ese lector compruebe y sienta que nuestra poesía aurisecular -siglos XVI y XVII- es, como dice José María Micó, fastuosa de tesoros. Pero aunque sin duda esta antología debe algo a la que, en 1982 y en dos tomos, hizo para Castalia el recordado José Manuel Blecua (Poesía de la Edad de Oro) es obvio también que Paraíso cerrado no ha querido ser una antología más, y no lo es, en efecto.

Tras un muy ajustado prólogo de Jaime Siles explicando (en bien ceñido corsé) las diferencias entre Renacimiento y Barroco -en cierto modo un fracaso del Renacimiento- con los esguinces manieristas; y otro texto de Micó más dirigido al menester filológico, un amplísimo panorama nos lleva desde el valenciano Comendador Escrivá (que comenzó a escribir muy a fines del siglo XV, y que se oye en Santa Teresa) hasta José Tafalla Negrete, aragonés y tardobarroco que muere ya en 1702. En medio nada menos que 119 poetas, que se escogen en atención a la calidad y la variedad. Y no se escatima. Es decir que si de Jerónimo de Cáncer y Velasco, por ejemplo, sólo hay dos poemas (un soneto y una décima satíricos) y del egregio Miguel de Cervantes, nueve (el Cervantes poeta -con sus aciertos- sigue sin ser comparable al Cervantes prosista), de Góngora se seleccionan justamente 35 poemas, que incluyen un fragmento de las Soledades, y de Lope de Vega 44, incluyendo letras para cantar. Pero creo que la palma honoraria se la lleva D. Francisco de Quevedo con 58 poemas... Es decir, los autores de la antología pretenden que los grandes aparezcan como grandes, pero que los segundos, y es un decir (Cetina, Arguijo, Villamediana, Bocángel, Soto de Rojas, Sor Juana Inés de la Cruz) se vean como natural y alta compañía de esas torres cimeras que produjeron y convivieron con tantos otros poetas, no desdeñables, pero que a su lado parecen meramente virtuosos del oficio: Calderón de la Barca (en tanto lírico, no dramaturgo), Polo de Medina, Pedro Espinosa, Vicente Espinel, Andrés Rey de Artieda, Gaspar Gil Polo, Antonio de Soria y tantos otros. También hay otra intención en los autores, y es recordarnos a poetas casi olvidados. Oímos de Esteban Manuel de Villegas -el logroñés autor de Las eróticas o amatorias- pero ¿quién recuerda al canario Bartolomé Cairasco de Figueroa, o al ya tardío -era judío converso y murió en ámsterdam huido- Miguel de Barrios, cordobés de nacimiento? Hay sí, notables nombres casi sólo patrimonio de la erudición, junto a otra veta que a menudo no constatamos. Aunque su producción mayor sea en portugués, hubo en estos siglos grandes poetas lusitanos que escribieron en español: Gil Vicente, Sá de Miranda -el introductor del soneto en Portugal-, el gran Camões y otros menos conocidos -pero interesantes- como Botelho de Carvalho o Diogo Bernardes... Tampoco han olvidado los antólogos que la poesía de los virreinatos americanos no es sólo Sor Juana, aunque ella fuera la más grande. Muchos poetas marcharon a América y allí o de allí escribieron (Alonso de Ercilla, Bernardo de Balbuena, el autor de La Grandeza mexicana) pero otros nacieron ya en esa tierra, especialmente el novohispano Francisco de Terrazas. Muchas más virtudes querría y sabría encontrarle a la antología, pero quisiera ponerle dos muy mínimos lunares: el fracaso barroco -muy bien comentado por Siles- tuvo entre otras muchas causas el factor inquisitorial. La terrible cerrazón que nos impuso ese catolicismo ultraortodoxo (basta leer la vida del Brocense, por ejemplo) ayudó a la pobreza cultural de España y a su leyenda negra, después de un auténtico vergel literario. Y luego, y aunque el título -ya sé- venga del célebre poema de Pedro Soto de Rojas "Paraíso cerrado para muchos"... y aunque es bello este título, ¿por qué si lo que se busca son más lectores, por qué ese hermoso título que sugiere hermetismo: Paraíso cerrado? ¿Porqué no Selva de aventuras, de Jerónimo de Contreras, o cualquier otro, en fin, que no sugiera clausura sino amplitud libre? Una antología estupenda.