Image: Las noches rojas

Image: Las noches rojas

Poesía

Las noches rojas

Jesús Ferrero

4 marzo, 2004 01:00

Jesús Ferrero. Foto: M.R.

Siruela. Madrid, 2004. 88 págs, 12’50 euros

Como otros narradores, Jesús Ferrero comenzó escribiendo poesía, y mucho de poético hay en la novela que le dio a conocer, Bélver Yin, esa refinada chinería que comienza y termina glosando un poema, "La balada de Dragon Lady".

Al volver ahora a la poesía con Las noches rojas, no olvida Jesús Ferrero sus artes de narrador. Los 19 poemas que componen el libro pueden considerarse capítulos de una narración alucinada. La historia comienza en Berlín, en el Wilmersdorf hotel, un hotel "de almas perdidas". Las visiones de las que se da cuenta en Las noches rojas se iniciaron en ese hotel. El libro nos habla también de otros lugares: un bar de fumadores en el neoyorquino Greenwich Village; un teatrillo de Toronto; el palacio imperial de Pekín; Barcelona envuelta por la niebla. Pero no son esos lugares más o menos reales los protagonistas de Las noches rojas: son sólo el ámbito de las alucinaciones o sueños que llevan al protagonista a más fantasmagóricos escenarios, a "otro universo".

De "Los jardines rojos" nos habla el segundo poema: "Prefiero no saber/qué sentido tienen/esos jardines en mi mente". Jardines que no están en ninguna parte: "No parecen ubicarse en el lugar de la muerte/y por eso sé/ que ni siquiera el sueño eterno/me permitirá llegar alguna vez a ellos". De una casa roja entrevista una tarde "de luz irreal" se nos habla en "Una casa en Grunewald". El simbólico color rojo sigue repitiéndose. La mujer de la que se nos habla en el libro tiene el pelo rojo. Y hay un río Rojo, estaciones rojas, un monasterio rojo en el que un monje aconseja al protagonista con palabras sibilinas: "Eso quiere decir que el olvido/será tu amigo y te revelará todos/sus escalofriantes secretos/cuando hayas recorrido el último camino del último/ atardecer,/ y tu mente sea un planeta rojo/y tu alma una inmensa radiación".

Los poemas siguientes nos continúan hablando de las "Ciudades de la noche roja", de "La isla roja", de una "Senda en rojo", de "Las fuentes rojas", de "Los mares rojos", para terminar en "El bosque rojo", tras pasar por "Berlín en rojo" y "Barcelona en rojo". La eficacia del libro disminuye a medida que avanza, al mostrar un cierto mecanicismo. El símbolo se banaliza, la insistencia en el color rojo, que pretende dotar a los versos de un carácter alucinatorio, acaba pareciéndonos sólo como un recurso compositivo que se sigue utilizando mucho después de haber cumplido su función.

Ferrero acaba resultando más poético en su prosa que cuando se decide a volver al verso. Al libro lo salvan poemas como "Berlín en rojo", visión alucinada de la ciudad, pero el conjunto resulta forzado y de artificioso trascendentalismo.