Image: Poesía completa

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Poesía

Poesía completa

Juan Gil-Albert

3 junio, 2004 02:00

Juan Gil-Albert. Foto: A. Califa

Ed. María Paz Moreno. Pre-textos. Valencia, 2004. 956 págs, 35 euros

Tras el deslumbramiento de los 70, tras el progresivo olvido en que fue sumiéndose en los 90, este año del centenario puede servir para situar en su justo lugar la obra literaria de Juan Gil-Albert, ¨un español que razona¨, como le denominó Gil de Biedma.

¨Soy un poeta tardío con relación a mi prosa¨, declaró Gil-Albert. Y si la admiración hacia el ensayista memorialístico -Crónica general, Los días están contados- resulta unánime, mayor divergencia hay hacia el poeta. Esta espléndida edición, preparada por María Paz Moreno y con unas atinadas palabras preliminares de Prieto de Paula, nos permite por primera vez apreciar su poesía en toda su variedad. Juan Gil-Albert se nos presenta como un poeta bastante menos monocorde de lo que el tópico más extendido pudiera hacernos pensar.

No fue muy atinada su iniciación poética. En 1936, a la vez que los apasionados y retóricos sonetos de El rayo que no cesa, y en la misma colección, se publican los de su primer libro, Misteriosa presencia, falsamente gongorinos, de retorcida sintaxis, sin música ni magia. Inmediatamente vino la guerra y la voz que jugaba al acertijo para pocos se hizo voz comprometida, se puso ¨sin renunciar a sus peculiaridades¨ al servicio de una causa. En Son nombres ignorados (1938), al replegarse el tono de denuncia y combate, por primera vez encontramos al poeta con su dicción más inconfundible: ¨Elegía a una casa de campo¨, ¨A la vid¨. El título siguiente es el mejor de los suyos, Las ilusiones (1944), elegía e himno, autobiografía y culturalismo. El endecasílabo blanco será a partir de entonces su metro predilecto, aun con riesgo de incurrir en una cierta monotonía. El año en que se publica en América Las ilusiones es el mismo en que aparecen en España Sombra del paraíso, de Aleixandre, e Hijos de la ira, de Dámaso Alonso. Más cerca del neorromanticismo de Aleixandre que del prosaísmo de Dámaso se encuentra Gil-Albert. ¿Habría influido, como esos libros, en el desarrollo de la poesía española de postguerra de haberse conocido en su momento? No parece probable. Poemas como ¨Himno al sol¨ habrían sonado como anacrónico pastiche.

El existir medita su corriente, de 1949, puede considerarse como un complemento de Las ilusiones. Son poemas escritos en el exilio, aunque no condescienden a la queja; muchos de ellos surgieron ¨juanramonianamente¨en un lento viaje en barco de Buenos Aires a México. Aparecen ya en España, pero en una editorial de nula difusión. Publica luego Gil-Albert, y en una de las colecciones más conocidas de la época, Adonais, Concertar es amar (1951). Pero se trata de un libro que representa lo menos interesante de su poesía: sonetos sin naturalidad ni gracia que no podían llamar la atención en una época en que publicaban los suyos Vicente Gaos o Blas de Otero. No sería hasta 1972 cuando los lectores españoles pudieron por primera vez admirar la poesía de Gil-Albert en toda su variedad y complejidad. Entonces habían cambiado los gustos estéticos, y lo que en 1944 podía parecer neoclasicismo y evasivo esteticismo, ahora representaba el punto de equilibrio entre cultura y vida que muchos buscaban. Hedonista y sapiencial, Gil-Albert deslumbró con su último gran libro, Homenajes e In promptus (1976). Muchos de los poemas que mejor le caracterizan pertenecen a ese libro, como el alacre homenaje a Franz Lehar. ¨La primavera¨: ¨¿Quién no se ha puesto un día una guerrera/de húsares, azul, un quepis negro/con un aigret flamante, y las espuelas/ con que el caballo vals galopa firme/dentro de los espejos fugitivos/y cual viento de mayo se ha lanzado/a la ocasión que pasa, al dulce atisbo/de la aventura errante, para luego/llorar amargamente sobre el rastro/de una estrella fugaz?¨(En Poesía completa se unen los dos últimos versos, separados -como pide el ritmo- en la primera edición.) Poemas dispersos en revistas y cerca de cien poemas por completo inéditos -muchos de los cuales no desmerecen junto a los publicados- completan esta edición, el mejor homenaje que a un poeta se le puede hacer en su centenario. Por primera vez podemos ver a Gil-Albert ¨como en sí mismo, al fin, la eternidad le cambia¨.