Image: Un sueño en otro

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Poesía

Un sueño en otro

Andrés Trapiello

21 octubre, 2004 02:00

Andrés Trapiello. Foto: Mercedes Rodríguez

Tusquets. Barcelona, 2004. 121 páginas, 11 euros

"El mundo es más hondo que extenso", escribió Pessoa. Cada vez más hondo, cada vez menos extenso es el mundo poético de Trapiello, un escritor que sabe compaginar ese despojamiento con un desparramarse en todos los géneros literarios, de modo que apenas hay mes sin un nuevo libro suyo.

Con Acaso una verdad (1993) alcanzó Trapiello su verdadera dimensión como poeta. A esa altura excepcional se ha mantenido desde entonces. Los maestros -Unamuno y Machado, el primer Juan Ramón y los poetas de la provincia- siguen estando muy presentes, pero son ya carne de su carne, resonancia contemporánea. El escenario de la mayoría de los poemas de Un sueño en otro es bien conocido de sus lectores: Las Viñas, una casa de campo cerca de Trujillo. Allí contempla el paso de las estaciones, escucha el canto de los pájaros, siente ternura por las manos estropeadas de la jardinera... Neorrománticos y trasnochados pueden parecer esos temas, y pocos poetas de hoy saldrían airosos de ellos, pero Trapiello se atreve con su música antigua y en más de un caso consigue textos que no desdeñarían firmar Unamuno o Leopardi y que sin embargo no suenan a pastiche ni a historicista impostura. Ocurre así con "Una noche estrellada", "Le vaghe stelle" -explícita la referencia a Leopardi-, "Estrella de la mañana", "Menos que nada", una de las más hermosas elegías que se hayan escrito nunca, o "A una gota de rocío", uno de esos poemas que parecen imposibles por su quebradiza delicadeza.

Otro escenario es la ciudad, Madrid, vista aquí como un "mosaico incompleto": cuatro calles, las costanillas del Rastro, los tejados de la casa de enfrente. Y en uno y otro, dos protagonistas: el poeta -solitario y taciturno casi siempre- y la mujer con la que convive, que tiene "manos de jardinera" (qué hermoso poema de amor el de ese título). Pocos poetas han sabido cantar el amor conyugal con la verdad y la persistencia de Trapiello, también unamuniano en esto.

Con el tono general del libro -conversacional, en voz baja, pero sin desdeñar una imagen insólita y precisa- disuenan algunos poemas, en los que el autor recurre al ingenio o al humor. Es el caso de "San Silvestre en lo más alto" o de los dos que le siguen. Del mismo estilo es "En billetes pequeños" o "Una calle".

Otros intermedios tratan de evitar la aparente monotonía de un libro que para el buen lector de poesía no resulta nada monótono. "Leyendo la Odisea" es un ejercicio en hexámetros que recuerdan menos a Rubén que a García Calvo; "Naturaleza muerta", un romance que disuena un tanto de la música del libro. En algún escaso poema se intenta un decir más irracionalista. Y no faltan los textos construidos a partir de una idea que no resiste demasiado un mínimo análisis. "Toma el hombre las cosas donde el hombre/último las dejó como un legado", comienza "El poeta". "Sólo nosotros, los poetas, fuimos/condenados a proseguir a ciegas", continúa. ¿Sólo los poetas? El lector adivina lo que el poeta quiere decir y disiente de lo que dice. Hay altos y bajos en este libro, como en cualquier otro. Quizá el autor ha dispuesto deliberadamente esa alternancia para que los grandes poemas no se anulen unos a otros.