Poemas y testimonios
Safo
11 noviembre, 2004 01:00Y ello, en una versión tan rigurosa como exacta, que no violenta la lengua del original sino que la respeta y que, como en la isosilabia de la métrica eolia, hasta la reproduce. El profesor Rodríguez Adrados -que es autor de un importante estudio sobre el campo semántico del amor en Safo- decía, en su libro Sociedad, amor y poesía en la Grecia antigua, que no se pueden comprender las cosas sin las palabras en que éstas se expresan, y mucho menos, cuando eso que allí se expresa pertenece a una cultura de la palabra, como era la de la Antigöedad. Aurora Luque nos acerca la escritura de Safo de una manera literaria que no deja de ser, también y siempre, literal. En ello -creo- reside su mérito: en que para ella, como para Bonnefoy, la traducción supone un largo diálogo con un texto hecho, como advertía P. du Bois, de textos rotos, y en el que, a partir de 168 fragmentos -todo lo conservado- el lector debe reconstruir el sentido de la casi perdida totalidad: la de los nueve libros editados en Alejandría.
Aurora Luque toma como base la edición de Campbell, aunque se adhiere a alguna propuesta de Eva Maria Voigt, y nos ofrece un territorio poético preciso, vertido con tanto tino como ritmo y sentido musical. Si las de Schadewaldt nos acotaban ya mucho de este mundo, y las de Ferrater nos lo hacían disfrutar, las de Luque nos permiten entenderlo y entender también el modo en que la fragmentaria lírica de Safo ha impregnado y determinado la lírica amorosa posterior. Algunas de estas versiones son en sí poemas y valen como tales: pienso en la del "Himno a Afrodita" y en la del "Himno a Artemis", en las de los fragmentos "42 c" ("A ellas helado se les tornó el aliento/y a los costados dejan caer sus alas"), "50 c" ("Pues bello es quien es bello en cuanto a la mirada./Pero también el bueno ha de ser pronto hermoso") o en tantísimos otros que están tan maravillosa como fielmente trasladados y resueltos aquí. Enumerarlos sería citar el libro entero. Me limitaré pues a dar cuenta de la lectura que Aurora Luque, desde la práctica asumida de la modernidad, propone y que nos hace comprender la admiración que a Safo tributaron Solón, Platón, Aristóteles, Posidipo, Nosis, Antípatro, Tulio Laurea, Plutarco, Dionisio de Halicarnaso, el autor del tratado Sobre lo sublime y Estrabón, entre otros. Asimismo, y en lo relativo a las notas que acompañan el texto iluminándolo más que oscureciéndolo, hay que celebrar la acertada explicación del himno clético, del "desplazamiento del tiempo mítico al tiempo cronológico" a través de la Priammel, del uso del makarismós y del tono mixolidio, así como su análisis de los distintos efectos del amor reunidos en el término griego lysimelés. Safo sirve de caldo de cultivo a Lutacio Catulo, Valerio Edituo, Cayo Valerio Catulo, Petrarca y Garcilaso; reaparece en Sapho: elégie antique de Lamartine; sigue en Leopardi y en Baudelaire; es recreada por Pierre Louis y Renée Vivien, pseudónimo de P. Tarn, e imitada por G. Gómez de Avellaneda, y comparada con Santa Teresa por Carolina Coronado. Safo es la base de la lírica de siempre, y representa la intimidad frente al oficialismo, el oikos frente a la pólis. Lo que inaugura es una antinorma: un uso literario de la anticonvención. Por eso, más que por ninguna otra cosa, su obra fue atacada y denostada: porque, como la de Arquíloco y la de Alceo, expresaba un sentimiento políticamente incorrecto. Por eso mismo se le admira hoy más : porque es un lenguaje de lo otro y porque articula el género no como sumisión sino como otredad y, sobre todo, como heterodoxia.