Image: La piedra alada

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Poesía

La piedra alada

José Watanabe

9 junio, 2005 02:00

José Watanabe. Foto: Residencia de Estudiantes

Pre-Textos. Valencia, 2005. 64 páginas, 9 euros

José Watanabe, peruano de 1946, ha escrito en La piedra alada un libro deliberadamente antipoético, si por poético entendemos lo recargado y barroco, lo preciosista y musical.

En el primer poema, hablándonos de la gran piedra que se alzaba junto al remanso del río en que se bañaba de niño, escribe: "era el lomo de una gran madre". En ese momento se interrumpe: "Ay, poeta,/otra vez la tentación/de una inútil metáfora". Como Caeiro, quiere percibir la realidad sin metamorfosearla en símbolo: "La piedra era piedra/y así se bastaba". Pero el libro, tan a ras de tierra, tan deliberadamente pobre, no se atiene a ese programa. Hay en él símbolo y alegoría, e incluso alguna irónica fábula que vuelve del revés el pedagógico espíritu dieciochesco.

Alguna vez, a la tentación de "la inútil metáfora" (en él casi nunca inútil) se añade la de la más enojosa alegoría. Un ejemplo lo encontramos en "La piedra alada". Se nos habla de un pelícano herido que fue a morir sobre "una breve piedra del desierto". Sus huesos se dispersaron por la arena, pero "extrañamente/en el lomo de la piedra persistió una de sus alas,/sus gelatinosos tendones se secaron/y se adhirieron/a la piedra/ como si fuera un cuerpo". Luego el viento marino agita varios días el ala. Hasta aquí la sobria descripción, la anotación realista. Pero el poeta no se limita a ello. No parece confiar en la capacidad del lector para añadir trascendencia a esa naturaleza muerta. Watanabe prefiere añadir su moraleja, olvidando que el poeta es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona: "el viento marino/batió inútilmente el ala, batió sin entender/que podemos imaginar un ave, la más bella,/pero no hacerla volar". Sobra ese "pero", sobra ese último verso que encierra un sofisma. Podemos imaginar un ave, la más bella, y podemos hacerla volar en nuestra imaginación, ya que -obviamente- las aves imaginarias no pueden volar en la realidad.

"Tú mira la piedra y aprende", dice "Jardín japonés" (de la estética despojada del jardín japonés participan muchos de estos textos). Y el poeta y el lector aprenden mirando una piedra "entre la blanca arena rastrillada"; unas rocas que dibujan, "sin perfección escultórica, toscamente,/dos bueyes de piedra". A "La piedra alada", primera parte del libro, le siguen "Tres canciones de amor", bien alejadas de lo que convencionalmente se entiende por canciones de amor. "Arreglo de cuentas" recrea estampas de una infancia campesina. No faltan textos costumbristas. El particular bestiario del libro se enriquece con "El topo", uno de los poemas más conseguidos. Los dos "Epílogos" que cierran el volumen tratan de formular una poética. "La sabiduría/consiste en encontrar el sitio desde el cual hablar". Y el sitio desde el cual nos quiere hablar Watanabe está, como Simeón, el estilita, entre el cielo y la tierra, entre la cotidianidad y la trascendencia. Poesía áspera y reconfortante, aunque no siempre acierte a levantar el vuelo, la de La piedra alada.