Image: Poesía clásica japonesa

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Poesía

Poesía clásica japonesa

Torquil Duthie (Edición y traducción)

14 julio, 2005 02:00

Retrato del poeta Ariwara no Narihira

Trotta. Madrid, 2005. 177 páginas, 10 euros

La colección Pliegos de Oriente de la editorial Trotta sigue ofreciéndonos con gran rigor, en bellas ediciones bilingöes, entregas significativas de la poesía de extremo Oriente.

Aún tenemos muy reciente la edición que de los Poemas del río Wang, de Wang Wei, nos ofreció en esta misma colección Pilar González España. Lectura que complementamos con una antología del mismo autor (La montaña vacía), editada por Hiperión en versión de Guillermo Dañino. Hiperión ha venido ofreciéndonos muestras puntuales de la poesía de Oriente, sobre todo de la japonesa y china: de la dinastía Tang, de Zhang Kejiu y de Su Don-gpo, así como poemas medievales y alguna muestra de poesía tibetana y vietnamita. Más completa es la nómina de poesía japonesa de Hiperión, de Bashoo a Tukuboku. Gredos y Cátedra publicaron también dos antologías de la poesía china.

Llega ahora a nuestras manos una selección de 100 poemas de una de las obras más influyentes de la poesía clásica japonesa, el Kokinwakashu, también reconocido como Kokinshu, una antología que fue recogida en el siglo X por mandato de la corte imperial de Heian (Kioto). De la misma manera que sucediera en China durante la fecunda dinastía Tang, la poesía aparece en este periodo japonés como una realidad muy viva; unas veces, en los aledaños cortesanos y, otras, como expresión de monjes y solitarios, rebeldes desde su aislamiento frente a los poderes establecidos. Poesía, en todos los casos, como una actividad profundamente social y, como siempre sucede en la mejor poesía oriental, como algo que resume magistralmente la fusión entre el sentir y el pensar. Ese sincretismo cultural, tan de extremo Oriente, brilla siempre en los poemas memorables como pequeñas gemas extremadamente sencillas en la forma, pero maravillosamente sintéticas y abarcadoras en el contenido.

Así sucede en esta antología que, posteriormente, sirvió como referencia obligada para elaborar otras y como fuente de inspiración para poe-tas de generaciones futuras. De la misma manera que sucediera en China con los textos del Zhouyi y del Tao te king, en Japón el aprendizaje de memoria del Kokinshu fue una práctica habitual en la corte. Ello viene a probar no sólo la popularidad de esta obra, sino también el substrato de sabiduría que había en ella y que la convertía en un texto idóneo para la educación. El estudio previo de Duthie nos recuerda esta clave de lectura junto a otras de carácter histórico, literario y lingöístico. Este triple enfoque de una misma obra poé-tica nos permite valorar la compleji- dad de estos textos.

Las estaciones, los cambios climáticos, los ritmos de la naturaleza y la estática contemplación de ésta, la siempre sutil y delicada presencia del amor, la lejanía, sentimientos de nostalgia y de ausencia, son temas recurrentes en la poesía oriental de todos los tiempos, pero la característica del Kokinshu es que nos ofrece estos temas con una pureza e intensidad que distinguen particularmente a esta obra clásica de la poesía japonesa. Ante ella no cabe hablar de ese tipo de poemas orientales que fijan, con demasiada frecuencia y facilidad, los tópicos al uso. Aquí la altura poética siempre se halla presente y se nota muy bien el grado de exactitud y de afinación que el traductor se ha esforzado en mantener en sus versiones. El traductor, que es consciente de la complejidad lingöística de su tarea, pero que a la vez sabe muy bien que ha logrado salvar la poesía de los textos.

Un prefacio de Tsurayuki, el poeta editor de este libro, nos dice que esta emblemática antología constaba de mil poemas distribuidos en veinte volúmenes. Sin embargo, lo más importante de este atmosférico texto -¿teórico, poemático?- es que evidencia el ambicioso concepto que de la poesía y de los poetas se tenía en aquellos días. La poesía era expresión de un panteísmo casi absoluto unido a la experiencia diaria de conocer y de saber. (La naturaleza, como también pensaban los sufíes, era un libro en el que simplemente había que leer). Se convertía así la poesía para los orientales "en algo que moviliza al cielo y a la tierra, que conmueve a los espíritus y dioses invisibles, que suaviza las relaciones entre hombres y mujeres y que consuela los corazones". Y eran tiempos aquéllos en que la poesía tenía por "semillas" a los "corazones de las gentes".