Image: La certeza

Image: La certeza

Poesía

La certeza

Eloy Sánchez Rosillo

8 septiembre, 2005 02:00

Eloy Sánchez Rosillo. Foto: Archivo

Tusquets. Barcelona, 2005. 112 páginas, 11 euros

Pocos poetas tan fieles a su poética inicial como Eloy Sánchez Rosillo. Si en su primer libro, Maneras de estar solo, hacía alguna concesión a lo que convencionalmente se entiende por literatura, en los sucesivos el artificio retórico se ha ido haciendo cada vez más natural y transparente, casi invisible.

PáGINAS de un diario son sus poemas, Elegías y Autorretratos, que pretenden reflejar Las cosas como fueron. Los títulos de los libros no dejan lugar a engaño. A La vida, de 1996, le sucede ahora, casi una década después, La certeza.

Poesía en el límite la de Eloy Sánchez Rosillo. A veces nos da la impresión de que traspasa ese límite. Ocurre en este último libro con alguno de los textos más anécdóticos y especialmente con "Una temporada en el infierno", que narra un frecuentado lugar común (el internamiento en un colegio religioso durante el franquismo) en un lenguaje excesivamente convencional ("terroríficos colegios religiosos", "muros carcelarios", "larguísimo invierno", "patios tristes").

Pero más a menudo se produce el milagro. El poema, hecho de nada, se sostiene en el aire exento y puro, conteniendo un reflejo de la hermosura del universo. También una revelación, una certeza. Porque esta poesía, en apariencia siempre igual a sí misma, evoluciona junto a su autor, se va tiñendo de su experiencia vital. Y el tono elegíaco, tan característicamente juvenil, va siendo sustituido por otro más comprensivo y sabio. Ahora ni el dolor ni la muerte resultan protagonistas. "Tu error está en creer que la luz se termina", leemos en el primer poema. Y en el último, que da título al libro, se nos explicita la insólita certeza que ha alcanzado un poeta tan aparentemente atenido a la experiencia como él: "Que no hay muerte que pueda/desdecir y anular esto que somos".

Hímnico y místico resulta Sánchez Rosillo en los más característicos poemas de La certeza. Lo que ocurrió una vez ocurrió para siempre. El milagro no se desvanece, es presente continuo. Seguimos escuchando cantar al jilguero que oímos cantar en la infancia: "Canta, canta el jilguero en la mañana remota del origen. Y después alza el vuelo/y se va por el aire. Mas desde entonces vibra/en tu oído, en mi oído, y en la verdad más honda/su canto de aquel día, su milagroso canto".

La poética de Sánchez Rosillo no ha cambiado. Muchos de los poemas siguen siendo "páginas de un diario"; su escritura resulta casi inmediata a la experiencia que reflejan: "Para empezar el día, anoto aquí", comienza el poema "Acerca del jilguero", que antes citaba. Y "Un regreso" -que habla de un machadiano viaje en tren- termina: "Y volveré a mi casa/contento de esta tarde y de los versos/que he escrito para hablar de su hermosura/y dar gracias por ella". Machadiano es también el título del poema que expresa su concepción de la poesía: "Unas pocas palabras verdaderas". El poema no ha de ser "el simple autorretrato de su autor/ni una historia que a él solo le concierne", sino el propio rostro del lector y el recuento de sus desdichas y sus alegrías.

Simple, demasiado simple, puede parecer la poética de Sánchez Rosillo y no menos simple su realización práctica: como si mencionar la emoción bastara para convocarla en el poema.Y a veces, milagrosamente, parece que basta. Un ejemplo: la "Canción de marzo". Imposible parece que con tan pocos y tan tópicos elementos (un balcón en primavera) pueda levantarse la mágica alacridad de esos versos: "¿Cómo pudo ser todo así, tan simple?" se pregunta el poeta y nos preguntamos con él. "Qué cosa tan extraña" es lo único que acierta a responderse, lo único que acertamos a respondernos.

Sí, el poeta incurre en ocasiones en alguna blandenguería, en cierta falacia patética (el "niño desvalido" que se encuentra al rememorar su infancia), en fáciles ejercicios como la reescritura de la fábula de la cigarra y la hormiga o en la comparación de su poesía con una casa abierta a todos ("Las palabras que he escrito"). Pero esos son los riesgos de una arriesgada manera de entender la poesía, mantenida de terca manera, sin una vacilación, a lo largo de más de un cuarto de siglo. Esas caídas resultan quizá la condición necesaria para poemas, tan prodigiosos, tan imposibles, como "Luna", que no habría desdeñado firmar Leopardi.