Poesía

Heridas

Jesús Aguado

6 octubre, 2005 02:00

Jesús Aguado. Foto: Jesús Domínguez

Renacimiento. Sevilla, 2005. 89 páginas, 10 euros

Simultáneamente con Heridas, Jesús Aguado ha publicado una más de sus sugerentes selecciones de la literatura de la India, El vecino inquietante (Cuatro Estaciones), que puede ser considerado un libro de poesía propio.

En el prólogo nos indica que ha intentado "construir poemas contemporáneos, es decir, versiones leales no tanto al texto original (que nunca he podido consultar porque no domino ninguna de las quince lenguas aproximadas, más sus variantes dialectales, en las que fueron escritos estos poemas, guiándome siempre por traducciones inglesas y algunas francesas) como al lector final castellano y del siglo XXI". El resultado son unos versos a la vez exóticos y extrañamente familiares, como en el siguiente poema de Ksetrayya (que vivió en el siglo XVII y escribió más de cuatro mil canciones en télegu), con resonancias del cante hondo: "Decías a menudo/que tu cuerpo era mi cuerpo/y ahora ya sé por qué./Otra mujer araña/con sus uñas tu pecho/y yo soy, sin embargo,/la que siente el dolor".

En Heridas el poeta polimorfo y profuso que es Jesús Aguado aúna la lección de la poesía oriental con otras tradiciones. En dos de las secciones -"Heridas" y "Mendigo"- el poema se adelgaza, se reduce al mínimo, a veces a un único verso: "Borbotones alegres de la nada". En otras ocasiones se aproxima al haiku: "Luciérnagas/descuartizadas en la noche:/aullidos de la luz". Otro ejemplo, acaso menos convencional: "El aguacero./Dos gatitos maúllan./Toldo de plásticos". El tono de los poemas de amor que dan título al libro lo proporciona la cita de Kafka que inicia el volumen: "Quizá no sea en realidad amor cuando digo que eres para mí lo más amado; amor es cuando digo que eres el cuchillo con que escarbo mis heridas". El exceso de patetismo puede que acabe restándole eficacia a los poemas.

En "Mendigo" ejemplifica una filosofía del desprendimiento aprendida durante su estancia en Benarés. La cita inicial es de Vimalakirti: "No debes mendigar tu alimento para comerlo, sino para recibir los alimentos que los demás te dan. Deberías recibirlo sin pensar que hay alguien que recibe, alguien que da o algo dado o recibido". El resultado oscila entre el realismo denunciatorio ("El mendrugo y el vino peleón: /el cubo de la basura es más humano/que los hombres") y la paradoja: "Por esta calle nunca pasa nadie./Me haré rico"). Tras el poema en prosa "Fragmentos del diario de un polizón", leve incursión en el realismo mágico, "El náugrado rescatado" tiene algo de manifiesto: "Contra la simplificación, contra la desmemoria (y a favor del olvido), contra el estrechamiento, contra la pertenencia,/contra la crítica utilizada como un cuerpo especial de desactivación de explosivos al servicio (consciente o inconscientemente) de los poderes,/contra la propiedad colectiva lograda a costa de la miseria intelectual..." Al lector le sorprende este compendio de vaguedades, divagaciones, a ratos brillantes, y buenas intenciones. Quizá lo mejor de esta parte del libro sea la cita de Ortega y Gasset, extensa e iluminadora. Copio el comienzo: "La vida es en sí misma y siempre un naufragio. Naufragar no es ahogarse. El pobre humano, sintiendo que se sumerge en el abismo, agita los brazos para mantenerse a flote. Esa agitación de los brazos con que reacciona ante su propia perdición, es la cultura -un movimiento natatorio".

El libro cambia de tono en "Final", su última sección. La integran dos poemas. El primero, "Peligroso", se subtitula "Homenaje a Cavafis", y en parte remeda su estilo: "A muchos el estudio/y la contemplación les vuelve débiles/ -soldados que se apoyan en sus lanza/para andar y no piensan ya nunca en el combate". El segundo, "Oración por mis padres", recuerda la nueva poesía arraigada y confesional -Jesús Beades es el nombre más destacado- que sigue los pasos de Miguel d"Ors: "Sin vosotros me hubiera perdido el Universo,/las ensaladas, los amigos, el otoño en el sur,/los cuentos de vampiras, el sexo en catarata,/los colores, la luz, el humor, los jerseys".

Pocos poetas de tantos tonos como Jesús Aguado, que gusta del placer de la metamorfosis (así se titula uno de sus libros). El riesgo: quedarse en reiterados y plurales ejercicios de estilo, a menudo prescindibles. O que así lo perciban los lectores.