Poesía

Poesías completas

Manuel Altolaguirre

15 diciembre, 2005 01:00

Altolaguirre en una playa de La Habana (1939)

Edición de James Valender. Fundación J. M. Lara. Sevilla, 2005. 628 págs, 24 e.

De todos los poetas del 27 ninguno hizo más por la obra de sus amigos y menos por la suya propia que Altolaguirre. Temperamento, complicación editorial propiciada desde el principio por el propio poeta y desigual fortuna crítica han colaborado a una infravaloración que los homenajes de su centenario y en particular esta edición de su poesía tal vez contribuyan a cambiar.

Altolaguirre, el menos "nuevo" de su grupo, merece un reconocimiento como poeta muy superior al que ha recibido. Más allá de la imagen del Altolaguirre impresor interesa el poeta que fue, dueño de una intensidad y de una gracia de palabra cuya mejor expresión la ofrecen las versiones últimas que James Valender ofrece en esta reedición corregida, aumentada y rigurosamente anotada, de la que publicara como volumen III de las Obras completas (Istmo, 1992), de escasa difusión.

En 1959, el año de su muerte, Altolaguirre publicó en "Papeles de Son Armadans" una "Confesión estética" en la que reconocía la poesía como su "principal fuente de conocimiento", como la aventura en pos de una verdad humana trascendente y misteriosa, nunca del todo desvelada ni suficiente. Y no tanto como la construcción ideal de una armonía panteísta, sino más bien como una vía de integración de la experiencia temporal en un sentido último de totalidad, "pues en ella ensayamos la muerte", y que trasciende al individuo pues "ella nos hace unánimes, comunicativos". Ese fue cada vez más claramente el designio de este poeta de altas soledades, y su resultado el que dejó en su última propuesta: el original de una antología total que, a falta de orden definitivo, Altolaguirre elaboró en sus últimos años. La edición de ese manuscrito final nos ofrece, así, el último estadio de una obra en marcha tal y como el poeta quiso dejarla, con numerosas supresiones y correcciones, al lector de cualquier tiempo.

Es cierto que dicho manuscrito sirvió a Cernuda para su edición póstuma de las Poesías completas de su amigo en 1960 -en ella se basan las posteriores de Margarita Smerdou y Milagros Arizmendi-, aunque él prefirió ofrecerlas siguiendo el orden de publicación de cada poemario, editando los textos en sus últimas versiones, dentro de lo posible, y evitando repetirlos en cada libro. Pese a haber motivado críticas diversas, textuales y de ordenación, este sería el criterio más riguroso para un estudio de la evolución poética de Altolaguirre, si bien exigiría editar cada uno de los libros como se publicaron en su momento, con las numerosas repeticiones de poemas, sus variantes y sus cambios de ordenación.

Así lo reconoce James Valender en un minucioso prólogo que detalla las críticas a la edición Cernuda y que justifica su alternativa: con sus nuevos cambios el manuscrito refleja algo tan respetable como la última versión que de su obra en marcha proyectó entregar el poeta. Al fin y al cabo, tras Las islas invitadas y otros poemas (1926) y Ejemplo (1927), prácticamente cada libro de Altolaguirre tuvo carácter de antología corregida de la obra anterior a la que se añadían poemas nuevos. El resultado definitivo muestra un orden que, si recuerda Cántico de Guillén o La realidad y el deseo de Cernuda, viene a expresar el espíritu romántico que orienta cuanto Altolaguirre realizó y además, como recuerda Valender, el hecho de que "a la hora de leer su poesía, el poeta confiaba, sobre todo, en algo tan inmutable y volátil como el sentimiento humano". Aunque no incluye las espléndidas versiones de Shelley y Pushkin, junto con el citado manuscrito añade Valender como "Otros poemas" todos los demás, los descartados por el poeta, los pertenecientes al libro Alba quieta (retrato) y otros poemas (editado por Valender en 2001) y otros dispersos en revistas y archivos, rescatados por editores o totalmente inéditos. La mayoría de los antiguos los dejó fuera Altolaguirre con buen criterio; otros, tardíos, como "Elegía al poeta Antonio Machado", "El aire", "Por un clavel sin espinas", "El baile" o "A una campana de Oaxaca", deparan agradables sorpresas. Rematan la edición los doce "Poemas en prosa": tres primerizos publicados en la revista "Ambos" (1923) más nueve escritos en el exilio.