Poesía

Fuentes del viento

Pierre Reverdy

27 julio, 2006 02:00

Traducción de G. F. Rojano. La Poesía, señor Hidalgo, 2006. 275 págs, 17 e.

"El poeta escribe con el sentido primero de las palabras, es decir con su infancia", dice el lírico que acaso está más cerca de Reverdy, el turco Ilhan Berk, en cuyos versos vemos enrollarse y desenrollarse el Mar de Galilea, del mismo modo que en los del francés el cielo es algo que se cuelga y las estrellas descienden a una "mano de anillos". Pero tal vez más que de la infancia se trate de una etapa previa, de pura inocencia, antes de la diferenciación.

Fuentes del viento se titula la obra de Reverdy que ha aparecido ahora en cuidada edición bilingöe, y es sabido que si algo hay "antes" es el viento -el gran absorbedor de las Upanishad-, generador del aliento y, por lo tanto, de la respiración y la palabra. Y esa palabra, en los versos de Reverdy es tan pura, tan transparente, que su forma puede colocarnos ante conceptos distintos, porque tampoco ella aparece singularizada.

Nacido en Narbona en 1889, el poeta se instaló en el barrio de Montmartre de París en 1910, donde hizo amistad con Picasso, Braque, Matisse, Juan Gris, Max Jacob y Apollinaire. En 1917 creó la revista "Nord-Sud" y conoció a Tzara, Breton, Aragon, Soupault y Eluard. Su definición de la imagen en literatura: "cuanto más distantes y precisas sean las relaciones de las realidades acercadas, más fuerza emotiva tendrá y mayor será su realidad poética", fue adoptada por los surrealistas que lo seguían, al igual que a Rimbaud, Lautréamont, Jarry, Apollinaire y Vaché. Posteriormente, lo acogieron en su revista "Littérature" (1919), donde publicaban Blaise Cendras, Gide, René Char y Valéry. Bretón, en 1932, escribió: "Inmediatamente me reintroduce en el corazón de esta magia verbal que, para nosotros, era el dominio donde Reverdy actuaba. Amaba y amo todavía -sí, de amor- esta poesía practicada en largos cortes con los que nimba la vida cotidiana".

Todo esto revela la intensidad de la poesía de Reverdy, que dio a la de su tiempo un impulso tan marcado como la de Apollinaire. Era la fuerza de esa inocencia que desconoce el miedo y se atreve a plasmar un mundo de equivalencia entre lo vegetal y lo humano; donde los elementos de la naturaleza aparecen personificados, se escinden partes del hombre y se colocan de modo cubista en otro lugar ("No hay más escritura en el cielo que jirones/ orejas extraviadas"). Acabamos por hallarnos ante la pura materia actuante y pensamos en un animismo poético. Lo exterior habla también de lo interior y lo mezcla con el cuerpo, rompiendo todos los planos. El espejo es el que mira al hombre; el hombre sueña y en la habitación no caben los sueños, pero sí en el poema, donde caben todos los universos.