Poesía

O el poema continuo

Herberto Helder

30 noviembre, 2006 01:00

Herberto Helder. Foto: Archivo

Trad. Jesús Munárriz. Hiperión. Madrid, 2006. 250 páginas, 19 euros

Desde el título de este libro, Herberto Helder (Funchal, Isla de Madeira, 1930) ha señalado al lector su intención creadora primera: que el poema que se escribe sea, en el fondo, siempre el mismo y que, en consecuencia, la obra poética acabe siendo con el paso del tiempo "poema continuo". O gran poema. Deviene así, ante todo, el texto que comentamos un largo poema sometido a las pruebas a que todo texto extenso se ve abocado; sobre todo, a la de salvar el interés y dilatar la tensión del mismo, de tal manera que la atención del lector no decaiga y que se vea salvada toda la obra en un único y largo poema. Porque, además, este libro que se nos entrega como un poema, no es sino una antología de los veinte libros que ha publicado Helder. Adquiere así el "poema continuo" la categoría de antología, de síntesis dinámica de una obra elaborada inteligentemente por su autor. A fin de cuentas, lo que importa es ese sentido de poema nuevo y abierto que el texto adquiere. La tarea de antologar -recreándola- la propia obra es delicada, pero el poeta lo ha logrado al dar a su selección ese carácter de poema extenso y abierto.

Se torna así evidente nuestro criterio de que, en sus momentos cimeros, el poema es una especie de microcosmo que no revela un discurso único y continuado, sino una condensación de significados múltiples, que el poeta ha tenido la inteligencia y la sensibilidad de entramar convincentemente. Para ello, se servirá unas veces de ese otro microcosmo que es la palabra (hombre, mujer, rosal, estrella…), que nada comunica cuando no está provista de sentido y tensión, pero que cuando es utilizada convenientemente, como aquí sucede, se transforma en otro microcosmo revelador mundos. El largo poema que es síntesis de poemas logra otras veces su trabazón por medio de palabras o conceptos que se encadenan y que son los que van sujetando y envolviendo la atención del lector (el poema es la pluma que lo escribe y ésta es la mujer -o pluma- que a su vez es rosal).

Tampoco es ajeno al excelente desarrollo de este poema de poemas el propósito del autor de estar cerca de un hermetismo fértil, de una oscuridad luminosa. él lo ha expresado de una manera radical al decirnos: "Dios mío, haz que yo sea siempre un poeta oscuro". En este pro-pósito (que el poeta llega a colocar en la cabecera de su cama), no hay ningún fácil gesto de genialidad, sino que está revelándonos un alto grado de exigencia creadora: la que lleva al poeta a decir lo que debe decir sin interferencias, sin el deseo de dictaminar, de ser comprendido por medio de un discurso plano. La oscuridad, por tanto, que el poeta reclama es la de la luz nueva que transmite la palabra nueva: la palabra poética. Es en esta novedad donde se aposenta la oscuridad que el poeta reclama como exigencia primera.

Hay veces en las que fragmentos de su "poema continuo" pierden aún más sus límites y se tornan atmósfera. Es entonces cuando nos parece que el poema arde. Estoy pensando concretamente en los poemas amorosos de la serie "Dedicatoria". Aquí, el poeta se sirve de las enumeraciones para enlazar su texto y encandilar nuestra lectura. El desarrollo poético es en todo momento abierto. Y es así porque "todo muere su nombre en otro nombre". La palabra no se agota en sí misma -tampoco los versos o las estrofas- sino que se repite fecundamente en otros nombres, partiendo de la riqueza múltiple de los significados.

Y cuando el texto se adelgaza o atenúa, el autor recurre a un seco, restallante irracionalismo (estoy pensando en la serie "Flash") para volver a rescatar la tensión poética. En fin, la música de la lengua portuguesa, que acompaña a la fiel traducción, envuelve el poema en una mayor verdad. Al poema verdadero le podemos quitar todo, menos su ritmo. Esa música que aquí, una vez más, nos confirma que estamos ante la poesía y no ante hueca retórica. O ante prosa cortada engañosamente en trozos.