Poesía

De viejas estaciones invernales

Manuel Rico

21 diciembre, 2006 01:00

Manuel Rico. Foto: Archivo

Igitur, 2006. 112 páginas, 10 e.

Más intimista que los poemarios anteriores de Rico (que también acaba de publicar el libro de viajes Por la sierra del agua en Gádir) , pero sin mengua del sentido crítico desde el que concibe su poesía, De viejas estaciones invernales nos ofrece una doble indagación en la escritura y en la personal memoria histórica. La reelaboración de unos originales recuperados de su extravío de una década y ahora reescritos y entreverados con otros recientes sirve de pretexto al poeta para establecer un sugestivo juego de espejos temporales a partir del cual "reinventar la casa, dar nuevo lenguaje a nuestra intimidad en su confrontación con el mundo", como señala en la nota epilogal.
Las viejas estaciones y los trenes de la infancia sirven de punto de partida para una revisión de la conciencia de la propia identidad a la altura de la madurez que trata de recuperar, entre el "polvo de la memoria", los emblemas de la educación sentimental de una generación: los amores clandestinos, las lecturas, el mayo del 68, el "11 de septiembre/ de sangre y cieno en Santiago de Chile", etc.

Inevitablemente se acusan los desguaces del tiempo, la conciencia de dudas y traiciones, pero desde el convencimiento moral se sigue reaccionando frente al presente -"Bagdad", "Madrid, 11 de marzo". Se trata, en suma, como señala Jiménez Millán en su prólogo, de "restituir la mirada histórica". Y ello desde una mantenida tonalidad de confidencia elegíaca, intensamente sensorial en sus imágenes y bien acordada en la música de los versos. Se trata también, inextricablemente, de buscar mediante la escritura lo que llamó María Zambrano la revelación personal del secreto, una revelación siempre relativa y cambiante y que va unida a la continuada reflexión metapoética que se instala en el libro desde el poema inicial, "Donde mueren los trenes de la noche", y que se amplifica en otros como "Tu bruma" o "En construcción". Todos ellos exploran en ese "inventar la voz", en esa elaboración interminable de la identidad que parte de una indagación en el lenguaje: "la palabra/ salva de los desastres" y a la vez tiende "puentes hacia el misterio/ haciendo del papel un territorio/ que sólo a tientas se conoce/ y en modo insuficiente". Al asumir el poeta en su práctica el carácter conflictivo de ese territorio incierto en que se mueve la conciencia de lo real entre lo subjetivo y los acontecimientos históricos nos sitúa plausiblemente en el terreno más digno de la poesía.