Lord Byron. Poemas escogidos
Lord Byron
26 abril, 2007 02:00Byron, según J. Holmes ( 1815)
De que en Europa convivieron, casi al mismo tiempo, dos romanticismos -uno gestual y arcaizante y el otro esencial- es una de las mejores pruebas de la obra y la figura de Lord Byron, al que sin ninguna duda debemos adscribir al primero. Pasa el tiempo y este poeta difícilmente se puede librar del "personaje" que hubo en él. Todavía hoy no podemos acercarnos a su figura si no es a través de las anécdotas de su vida, marcadas a su vez por su condición de aristócrata y de rebelde. El mismo Byron desconfiaba de su condición de poeta y ratificó esta creencia con palabras que, el prologuista de esta edición, Douglas Dunn, nos recuerda: "un hombre debe hacer algo mejor por la humanidad que escribir versos". Estas palabras ya denotan, a las claras, la inseguridad del creador que se dio en él y que también parecía responder, como su vida, a los gestos. La obra de otros poetas ingleses -Wordsworth, Coleridge, Keats- respondía a criterios bien distintos. Pero, por todo lo que acabo de decir, es significativa una recopilación como la que ha preparado y traducido muy fielmente Martín Triana. La profusa poesía de Byron exigía una aproximación de este tipo, para ver lo que en ella hay de esencial. Fiel a los extensos y teatrales poemas -Childe Harold’s Pilgrimage, El corsario, El prisionero de Chillon y, sobre todo, el más convincente y acabado, Don Juan- la obra de Byron precisaba de una selección como la que se ha hecho para distinguir en ella lo que es el "oro" de la "ganga". Aun así, no encontraremos con facilidad esa pureza esencial que distinguió a la de un Keats. La concepción primordialmente dieciochesca de la poesía de Byron (también se daría en el primer Leopardi), esa fuerte influencia de las lecturas del mundo clásico (también se dio en Hülderlin), viene como refrendada en el autor del Don Juan por el carácter gestual y extrovertido del personaje que se dio en él.Incluso temas recurrentes -como el de la libertad- se condensan y convencen en poemas concretos de esta selección, como en el soneto que dedica al castillo de Chinon, por más que el poeta exalte y llene de exclamaciones su lenguaje: "¡Eterno espíritu de la mente sin cadenas! / ¡Libertad!". Sorprende también, en poeta tan prometéico, la concisión, ingenio y amargura de sus epigramas y epitafios. A veces, parece ser consciente de que su poesía renuncia a la "trama" y se acerca a la música. Son los casos, reiterados, en los que titula sus poemas con un mismo y revelador título, "Estrofa para ponerle música". El poeta parece ser consciente del valor de estos poemas más breves y, por ello, los sitúa al lado de lo más excelso: la música. Estamos ante el buen ritmo, ante la música intensa de las palabras, frente a la otra música, la que se escucha, conmueve y pasa.
Vemos, pues, cómo en estos Poemas escogidos se salva la voz esencial del poeta; en ocasiones, por medio de poemas que nacieron autónomos o de una muy diestra y concisa imitación de los clásicos (Tíbulo, Catulo); en otras, de los fragmentos más líricos y logrados de sus grandes poemas, entre los que destacan por su bella unidad los correspondientes al Don Juan. De que este poema -largo e inacabado- fue un fruto de madurez son también prueba los fragmentos seleccionados, en los que el poeta renuncia a la teatralidad para dejar fluir, contenida, la meditación. (No hemos tenido por menos que recordar los versos de El archipiélago de Hülderlin al ver cómo Byron describe, admirativa y apasionadamente, las islas griegas, los hechos y hazañas que en ellas se desarrollaron, los poetas de la antigöedad que las cantaron).
A veces, temas ajenos a la Historia (el mar, el vino) constituyen el revulsivo que supera lo bélico y afianza la paz y la armonía de ser. Hay incluso determinadas estrofas que funden, de manera ideal, cuanto el personaje Byron representó con una sabiduría propia de la madurez creadora. Así, en el bello fragmento: "Colocadme en la pendiente marmórea de Sunio, / donde nada, salvo las olas y yo, / oigamos pasar nuestros mutuos murmullos; / allí, como el cisne, dejadme cantar y morir: / una tierra de esclavos nunca será la mía: / ¡haced añicos lejos la copa de vino de Samos!".