Poesía

La soñadora materia

por Francis Ponge

10 mayo, 2007 02:00

Así vio Dubuffet a Ponge en 1947

Ed. Bilingöe de M. Casado Galaxia

"Confundamos, confundamos sin vergöenza el Sena y el libro en que debe convertirse", escribió Francis Ponge. Y al subrayar ese confundir tema y escritura, dejaba ver que no aspiraba a una representación, sino a la expresión . Y aún más, el objetivo que proponía era el conocimiento transmitido por lo mismo que se desea expresar. Ese confundir o, como dice en otro texto, sustituir la página por el objeto, algo tan imposible como paradójico, va mucho más lejos que el traslado, por ejemplo, de dos dimensiones a tres. Lo que el poeta francés intenta es cambiar lo real por lo escrito, es decir, el mapa por el territorio. Y en ese ejercicio no sólo mapa y territorio quedan implicados, sino también autor y lector. La escritura de Ponge genera por tanto un movimiento múltiple y complejo que consiste en hacer vivir algo, hacerlo latir, y para ello incorpora el tiempo.

Por paradójico e imposible que resulte este proyecto no se puede considerar como un mero desarrollo retórico. Ponge al aplicar sus principios sigue la línea de la autosimilaridad, tendiendo a una escritura performativa, es decir, aquélla que realiza lo mismo que está describiendo. Al hacer vivir el objeto en la página, a través del lenguaje, es la palabra con su reiteración, la que va dibujando los trazos de su electrocardiograma y lo que va permitiendo que aflore esa escritura en devenir. Esto convierte lo escrito, la obra, en una creación creadora y reveladora, y en ello reside su gran originalidad y su vigencia. Ahora bien, ¿es reveladora del objeto?

Valorado desde sus comienzos, entre otros, por Sartre, Camus, Blanchot y Borges, Francis Ponge (Montpellier, 1899- Bar-sur-Loup, 1988), realizó estudios medios en París, pero no siguió cursos universitarios debido a la afasia que experimentaba en los exámenes orales. Acaso esta afasia sea el germen de su escritura tan personal, llena de cortes abruptos, repeticiones, silencios e ironías, camuflaje de dudas. En 1922, Ponge creó la revista Le Mouton blanc, que abogaba por un "clasicismo moderno" -en contraposición a Dadá-, si bien firmó el Segundo Manifiesto surrealista. En 1937 se afilió al Partido Comunista y, en 1939, se incorporó al ejército. En 1944 trabajó para el diario Action. Mientras había publicado Tomar partido por las cosas (1942) y empezado a escribir La rabia de la expresión (1952). Estos dos libros, unidos a La fábrica del prado (1971), constituyen el volumen recientemente aparecido en España con excelentes traducción y prólogo de Miguel Casado.

Tomar partido por las cosas es un trampolín inicial. En apariencia el objeto, que es lo que está retando la aproximación, a pesar de su inmovilidad se ve involucrado siempre en un movimiento que puede ser muy bien el del lenguaje. Como con secuencia, en el intento de éste por describirlo, se produce una inversión de papeles: es el objeto el que va poniendo en evidencia al lenguaje y a quien lo emite. De hecho cualquier objeto, al ser expresado, queda sometido a la cárcel de las palabras. La rabia de la expresión se manifiesta, pues, en exclamaciones como ésta: "No parará hasta no haber reunido unas palabras ante cuya lectura o audición se deba necesariamente exclamar: se trata de algo como un clavel". Y es que en el texto, el hombre está siempre más presente que el objeto, así cuando leemos que la concha es "tiara bastarda", los vegetales "parecen siempre paralizados", el guijarro "fuera del limbo nunca se ha tenido en pie", un pájaro es "pingöino cheposo subido en cerillas" o la mimosa "accesorio de cotillón".

La pugna entre sujeto y objeto parece desvanecerse en La fábrica del prado, sin duda el más interesante de estos tres libros, donde la incorporación del empleo del diccionario y las etimologías adquiere un sentido vertebral, y donde se alcanza plenamente esa confusión preconizada, en este caso convirtiendo en un camino, con sus cruces y bifurcaciones, la parte "Los senderos de la creación". Emmanuel Lévinas escribió: "para que la alteridad se produzca en el ser hace falta un [pensamiento] y un yo". Precisamente se da la paradoja: el pensamiento y el lenguaje a la vez nos acercan y nos impiden llegar al objeto. En el intento pueden surgir importantes textos, como los de Ponge.

Del agua

Más abajo que yo, siempre más abajo que yo se encuentra el agua. Siempre la miro bajando los ojos. Como el suelo, como una parte del suelo, como una modificación del suelo.Es blanca y brillante, informe y fresca, pasiva y obstinada en su único vicio: el peso, y dispone d emedios excepcionales para satisfacer este vicio: rodea, cala, erosiona, se filtra.

En su propio interior este vicio también actúa: se derrumba sin cesar, renuncia a cada instante a toda forma, sólo tiende a humillarse, se tumba boca abajo en el suelo, casi cadáver, como los monjes de algunas órdenes. Siempre más abajo: tal parece ser su divisa: lo contrario de excelsior.