Poesía

Amanecer en el valle del Sinú. Antología

Raúl Gómez Jattin

24 mayo, 2007 02:00

Pre-Textos. Valencia, 2006 207 páginas. 17 euros

La interacción poeta-voz lírica es una cuestión tan recurrente que aburre. Y poetas como Raúl Gómez Jattin (1945-1997) la vuelven irrelevante. En Amanecer en el Valle del Sinú: Antología poética, Carlos Monsiváis repasa la producción del colombiano publicada entre 1980 y 2000: Retratos (1980-1983), Retratos (Segunda parte) (1986), Amanecer en el Valle del Sinú (1983-1986), Del amor (1982-1987), Hijos del tiempo (1989), Esplendor de la mariposa (1993) y el póstumo Libro de la locura (2000). Veinte años de trayectoria, siete libros, un solo objetivo: la reinvención del poet maudit.
Caracterizada por experiencias extremas, la biografía de Gómez Jattin invita al lector a identificar realidad y ficción. Lo cual es peligroso: infravalora la creatividad, limita la imaginación, empobrece la lectura.

De la parafernalia malditista, nada falta: el elogio de la locura ("Me defiendo"), la exaltación de la marginalidad ("Conjuro"), el paganismo ("Ruego a una deidad"), la apología de las drogas como catalizador de la creación poética ("Elogio de los alucinógenos"), la misoginia del machismo ("Pero no me lo daba", "Venía del mercado excitada y dispuesta") o una zoofilia sin eufemismos ("La gran metafísica es el amor", "…Donde duerme el doble sexo"). Pero es en El libro de la locura donde se consuma la glorificación del enfant terrible a través del martirio: satánico, Lucifer lo maldice; místico, Cristo lo abandona; y, entretanto, el enésimo Judas hace de él un mesías. Más coherencia no puede exigirse. Lástima que cada trazo sea un cliché. Y es que la perfección siempre tiene algo de falso.

Cuanta más distancia guarda el poeta respecto a su yo lírico, más creíble resulta. Poemas limpios y directos como "Ante un espejo oscuro" o "De lo que soy" ("La poesía es la única compañera/acostúmbrate a sus cuchillos/que es la única") comunican una concepción de lo humano sin máscaras. La plenitud, sin embargo, sólo llega cuando el poeta sale de su ensimismamiento. De ese despertar nace Hijos del tiempo, tour de force polifónico -"Teseo", "Medea", "Franz Kafka"- donde a un verso épico en su ritmo y eficacia narrativa se une una percepción finísima de la dimensión histórica, cultural y moral del hombre. "Que los dioses se apiaden de mis diecisiete años/Yo tan ignorante y frágil y pequeño/Tengo un amante que es el dueño del mundo" ("Antinoo").

De dicción irregular, la poesía de Gómez Jattin tiende a caer ora en la expresión tópica -"Será porque supo/que el amor es/el peor enemigo/del amor"-, ora en formulismos perezosos - "Aquel amor que no tuvo una noche/Ni siquiera una dulce noche amor mío". Con frecuencia, sus influencias son avasalladoras, ahogando la voz del poeta con ecos atronadores, como los de Catulo ("Polvos cartageneros") o Cavafis ("El que no entendió nunca").

Como colofón a su prólogo, Monsiváis afirma que "lo que deslumbra […] son los textos, cada vez menos extraños y más arraigados en la sensualidad contemporánea" (p. 23). No estamos de acuerdo. El mejor Gómez Jattin no sobrevive en sus transgresiones pour épater le bourgeois, sino en su exploración -serena, sincera- de la condición humana. Un poeta anacrónico, artificioso, pero aun así interesante.