Image: Cara máscara y Un jardín olvidado

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Poesía

Cara máscara y Un jardín olvidado

Álvaro Tato / Luis BaguéQuilez

19 julio, 2007 02:00

álvaro Tato, autor de Cara máscara. Foto: Daniel Rovalher

XXII Premio Hiperión. 78 páginas, 7 euros / XXII Premio Hiperión. 78 páginas, 7 euros

Dos han sido los ganadores ex aequo del último premio Hiperión de poesía: Luis Bagué Quílez, con Un jardín olvidado, y álvaro Tato, con Cara máscara, tercer libro de este madrileño de 1978 que es también dramaturgo, director de escena y actor. Claro homenaje al mundo del teatro, Cara máscara prolonga la poética de Hexateuco y Libro de Uroboros (2000): poesía entendida como "teatro de palabras", como "lenguaje que sucede", como "juego de rol", de acuerdo con el breve texto escénico "Parábasis" con que Tato -o su voz coral- presentaba al lector su selección de poemas en la antología Veinticinco poetas españoles jóvenes. De igual modo que en los libros anteriores el poeta se multiplica en una variedad de voces provenientes de la cultura clásica y la popular contemporánea, en Cara máscara las voces que se suceden ofrecen una amplia diversidad especulativa en torno al hecho teatral como metáfora de la identidad huidiza del sujeto poético, ficcional y verdadero a la vez, pues, como dice el autor en la poética citada,"su verdad está en la de cada uno de los álvaros posibles".

Un poema inicial, "Dramatis personae", sitúa en primer término el papel protagonista de una "palabra disfrazada de palabra", "palabra voz fantasma", que en las tres partes progresivas de este libro va cambiando de nombres y ropajes hasta desembocar en los leves apuntes metapoéticos de algunos textos finales. En "Cara", la primera, habla el poeta desde las voces de distintas figuras y nombres teatrales, desde Shiva Nataraja a Godot, a cuya sucesión se asoman las sombras de lo transitorio.

En "Máscara", la parte central, se expresan como personajes las voces de los distintos oficios teatrales: el dramaturgo, el actor, la bailarina, el figurinista, el escenógrafo, etc. También aquí la fugacidad del tiempo subraya sus palabras: "Todos somos los mismos/ en la rueda del tiempo", dicen "Los figurantes". Los poemas escénicos de "Mascarada" se organizan, en fin, como un espectáculo completo en cinco brevísimos actos entre los que se interpolan poemas, autos, escenas, juegos letristas, etc. Cierra el libro, en "Telón", la voz del Autor desmontando su tinglado, desmintiéndose: "Soy mentira,/ pienso al mirar la tarde caliente de verano,/ y cierro la ventana/ como quien baja el último telón/ de un cabaret de autómatas".

Libro desigual, tiene Cara máscara un ingrediente de distancia paródica muy de este tiempo que, teatralidad sobre teatralidad, lastra en parte los indudables aciertos de algunos momentos, pues el ingenio de tantas ocurrencias ahoga con frecuencia en los poemas ese valor de emoción comunicable, imprescindible en la poesía mejor.

Luis Bagué Quílez, autor de dos excelentes estudios sobre la poesía de Víctor Botas y sobre los modos del compromiso en la poesía de este fin de siglo, se interna en Un jardín olvidado, también su tercer poemario, por los vericuetos de un intimismo reflexivo que prolonga de manera personal, con buen dominio técnico y también con un cierto carácter epigonal, los modos de la poesía realista de las dos últimas décadas.

A lo largo de sus evocaciones de ciudades y mitos personales, de lecturas y referencias culturales diversas, el poeta traza un demorado balance sentimental que nos parece también que encierra un consciente final de primera etapa poética. Dominan la melancolía y el desengaño en estos versos que despliegan su profusión de imágenes en torno a la metáfora central de un jardín edénico perdido para siempre y que sólo se abre al "ejercicio ruin de la memoria,/ la sola realidad que nos habita". El poeta ha trazado en este jardín quizá demasiado cerrado los signos de una cartografía íntima que no siempre se resuelve en esa emoción compartible a la que aludíamos antes.