Que si delectare. Que si docere. Así llevamos desde que inventamos la literatura. ¿Debe la poesía educarnos o simplemente entretenernos? ¿O ambas cosas? ¿O ninguna de ellas? Responde Antonio Martínez Sarrión (Albacete, 1939) con su martillo de ilusos particular: Sueños que no compra el dinero (Balance y nombres del surrealismo), un ensayo de erudición sofocante cuyas muy poéticas costuras amenazan reventar en cada una de sus 359 páginas. Abrimos estos Sueños con la esperanza de saber más sobre el surrealismo. Y los cerramos como quien se resiste a despertar: en su crisol se funden datos en catarata, personajes conocidos que, en realidad, no conocíamos en absoluto -Desnos, en versión homicida frustrado contra Pound-, criaturas olvidadas a pesar de ser inolvidables -Ernest de Gengenbach, el anticlerical clérigo autor de Judas o el vampiro surrealista, relegado a la infamia del paria por ser "un mitómano y un pesado" (p. 81)-, citas hilarantes que parecen extraídas del DRAE -"Los principales representantes del surrealismo viven en los Estados Unidos, donde gozan de la protección de coleccionistas millonarios", según la Academia de Bellas Artes de la Unión Soviética- o actualizaciones no por obvias menos necesarias, como los "okupas, esos ‘dadás’ de hoy día" (p. 35). Y haremos notar que la materia prima es de primera calidad: no en vano el universo surrealismo se concibió a sí mismo como una metaficción de esa ficción que llamamos realidad. Y nos rendiremos entonces ante el poder poético de un Sarrión que manipula el mundo real hasta romperlo en mil pedazos como mil mundos posibles.
Nada queda intacto. Sueños que no compra el dinero es un discurso subjetivo y orgulloso de serlo. Este libro lo ha escrito Sarrión, es suyo y hace con él lo que le place. Además que información, obtenemos inteligencia, sentido del humor, un punto de apoyo para mover la historia del arte con un solo dedo (el que usamos para pasar página). No es que el yo se cuele entre líneas: es que cada palabra delata quién es su padre, desde la división de la vanguardia francesa en jansenista y goliardesca (p. 180) hasta la crítica inapelable contra el dandismo de un Vaché que daría risa si no diera miedo. Aprenderemos mucho de éluard o Picabia, pero más aún de Antonio Martínez Sarrión, uno de nuestros mejores poetas contemporáneos. Para libros como éste los anglosajones poseen la definición exacta: unputdownable. Alta cultura para la sociedad del ocio.