La roca
Wallace Stevens
2 octubre, 2008 02:00Wallace Stevens
Realmente los poetas piensan de otra manera. "Sin duda vivimos más allá de nosotros mismos en el aire, / en un elemento que no hace por nosotros, / igual de bien, lo que hacemos por nosotros mismos, demasiado grande, / algo no planeado para imaginería o creencia" ("Mirando los campos de lado a lado y observando el vuelo de los pájaros"). En el fondo, no inventan nada. Se expresan con palabras sencillas, como "vaso", "organizarnos" o "domingo", pero su sintaxis cerebral las ayunta en secuencias asombrosas, como "La constante disquisición del viento" o "El mundo es más amplio en verano". Y entonces nosotros -en nuestra patética ingenuidad- creemos que se trata de un par de frases sin más particularidad que su espantosa belleza. Pero no: resulta que, en opinión del poeta, son "Dos ilustraciones de que el mundo es el concepto que se tenga de él". Y que conste que de las sesenta y nueve palabras que componen "Vacío en el parque" no hay ni una sola que no conociéramos todos antes de cumplir los diez años. Pero a ninguna criatura humana se le había ocurrido nunca cortapegarlas para decir "Soplan los cuatro vientos por la rústica pérgola / bajo sus colchones de parras". Como la lógica musical o matemática, la lógica poética desafía el sentido común del común de los mortales. Tal vez por eso únicamente entre músicos, matemáticos y poetas es posible encontrar genios.
Dios creó el mundo sólo con la palabra: dijo "hágase la luz" y la luz se hizo. El poeta crea el mundo sólo con la palabra: dice "Un fulgor que sumara a lo que era real y su vocabulario, / igual que alguna cosa primera al ir entrando en árboles septentrionales / les suma todo el vocabulario del Sur, / igual que la primera luz solitaria del cielo vespertino, en primavera, / crea un nuevo universo de la nada cuando se suma ella, / igual que una mirada o un toque revela sus imprevistas magnitudes" ("Prólogos a lo que es posible") y en nuestra imaginación empieza a existir algo donde antes no había nada. Ya nos lo advierte el poeta: "La vida del poema en la mente aún no ha comenzado. / Aún no habías nacido cuando los árboles eran cristal / ni has nacido ahora, en esta vigilia dentro de un sueño" ("Largos y tardos versos"). Egocéntrico y narcisista, el lenguaje habla siempre de sí mismo, incluso cuando finge estar hablando de cualquier otra cosa, como de soles o de frutos o de piedras: "En esta abundancia, el poema crea significados de la roca,/ de movimiento tan mezclado y de tal ingeniería, / que su aridez se torna en un millar de cosas / y deja de existir. Esta es la cura / de las hojas, del suelo, de nosotros. / Son sus palabras el icono y el hombre" ("El poema como icono"). Es la muy razonable creencia de qie el alfabeto es anterior a Dios mismo.
Leer versos como "ésta es la prehistoria de febrero" nos hace sentirnos absurdamente grandes. Pensar en "el cuerpo de un mundo / cuyas rotundas le-yes hacen un amaneramiento de la mente" nos vuelve inteligentes y luminosos. La redención de todas las mediocridades, de todas las mezquindades, de tanta vulgaridad, se llama La roca, tiene ochenta y cinco años y representa la decimocuarta forma de mirar a un pájaro negro. Estamos hechos de la materia de este sueño. Y Wallace Stevens es Dios.