Poesía

El año del ombligo

Pablo Jauralde

29 enero, 2010 01:00

Calambur, Madrid, 2009. 96 páginas. 17 euros


Concebir que la vida es, entre otras cosas, un intento permanente de entender el mundo, el vivir mismo, los afanes, la muerte, y, pese a los esfuerzos, una y otra vez la verdad, supuesto que la haya, continúa oculta. Esta certeza -y la aceptación- de que ni la sabiduría sabe, ni en definitiva tampoco compensa y da la felicidad, de raíz estoica, aparece y reaparece por los poemas de El ombligo del mundo, cuarto de los libros de poesía de Pablo Jauralde (Palencia, 1944), a quien se deben numerosos estudios sobre literatura, en particular, sobre la del Siglo de Oro.

Quizá esta proximidad del profesor e investigador con la poesía de ese período hace que no sean pocos los sonetos que el libro contiene, a los que el aligeramiento de la rima -asonante en los pares- o su falta les da una musicalidad más próxima al lector contemporáneo que la estructura clásica. Pero Pablo Jauralde no se limita a esa forma textual, sino que, entre otros tipos, hay aquí poemas en dodecasílabos, verso muy poco usual, y bastantes otros en que los blancos se introducen en el poema dispersando la escritura por la página, muestras de modernidad y también de pericia en el decir poético.

Un decir, que mayoritariamente adopta un registro próximo al coloquial, lo que aproxima lo dicho a la confidencia y es tono apropiado porque mucho de lo que se cuenta pertenece a lo íntimo -que sea real o ficcional es otro asunto-, a lo cotidiano, desde el regar las plantas de casa al vituperio de la universidad, de las rebajas de El Corte Inglés a la expresión del peso de la edad y las limitaciones que va imponiendo o a la petición, con pie en dictum de Juan Ramón Jiménez, de desprenderse del lenguaje -"Inteligencia, quítame el nombre / de cada cosa"- para tener nada más que las cosas mismas y "vivir a ciegas".

Todo el libro se lee con interés, invitando a la reflexión, incitando a la sonrisa, ya la página ahonde en lo grave, ya vuele a lo ligero, ya aúne lo uno y lo otro. El correr del tiempo, que anuncia nuestra desaparición, no da en un discurso desesperado -incompatible con el estoicismo-, ni la aceptación de las miserias del vivir lleva a la rendición: "No. Todavía hay que decir que no".