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Aquelarre de sombras
Javier Villán
26 febrero, 2010 01:00Javier Villán. Foto: Begoña Rivas
La disposición dialogal muestra ser efectiva, pues una meditación de este calibre sostenida a lo largo de todo un libro podría haber caído en una cierta monotonía. No hay nada de eso, sino que una tensión dramática recorre el conjunto y no deja escapar al lector, que, al fin, no es sino una imagen de ese personaje "Cuerpo" que sufre, o es susceptible de sufrir, sus mismas afecciones y pasiones. "Cuerpo", pues, como espejo.
Por su parte, la presentación del texto es en prosa, pero la lectura pone en evidencia que el discurso está metrificado y las unidades rítmicas de clave impar -como si fueran versos dispuestos en discurso continuo- dotan de una musicalidad, encubierta en la prosa, realzándose con ello lo que se dice.
Javier Villán (Torre de los Molinos, Palencia, 1942), de extensa labor periodística y narrativa -hay que mencionar el gran fresco colectivo reunido en Memoria sentimental de España-, que presentó en 2007 una antología de su obra poética anterior, ofrece ahora con Aquelarre de sombras uno de sus libros importantes, que el lector de poesía debería leer.
En cierto modo, este libro puede leerse como una purga de los temores, del miedo ante el dolor, "la herida, el hambre, el desamor, el ruido de la guerra" -un dolor que también tiene su papel en el drama: "Todo lo purifico, por mí todo es sagrado"-, lo que supondría un exorcismo de éstos. Aunque la tonalidad general es elegíaca, la voz de "Cuerpo", la de un sujeto del que se afirma una y otra vez su decadencia, la edad, las pérdidas y la conciencia de ellas, no desfallece. En su última intervención, pese a ser ya "sin habla, sólo gesto", no se declara derrotado y deja casi como colofón su certeza de que, pese a no ser ya joven, pese a no tener ya aspiraciones, "La decadencia hace amar/ la belleza en toda su pureza". El drama ha llegado a su fin: el sujeto logra dormirse tras su noche oscura y todo queda en pesadilla o sueño. Sin embargo, lo que esta palabra poética, no exenta de efectos filosóficos, ha dejado dicho ni se desvanece ni es sueño.