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Poesía

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Wislawa Szymborska

9 abril, 2010 02:00

Wislawa Szymborska. Foto: P. Miller

Trad. Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia Soriano. Bartleby. 72 pp., 15 euros


Con los Nobel ocurre como con los Oscar: siempre se los llevan los que nos hacen llorar. En lo que a premios se refiere, la risa está infravalorada. Pero ni Eurípides fue más grande que Aristófanes, ni las comedias de Shakespeare tienen nada que envidiar a sus tragedias. Ni Wislawa Szymborska es menos hilarante por haber recibido la bendición sueca en 1996.

Aquí son 19 poemas de una mujer de 87 años. Esto se nota. Para empezar, Szymborska no pierde el tiempo con bobadas: incluso una vida larga como la suya es demasiado corta para andarse por las ramas y mostrarse tímida y andar pidiendo disculpas. Imaginemos que la polaca se propone explicarnos qué son los terroristas. Contra la especulación política y semántica, diría algo como "Se pasan los días pensando/ cómo matar por matar,/ y a cuántos matar para matar muchos". Porque, aparte de esto -Szymborska nos advierte-, son personas normales y corrientes, No los demonicemos: humanicémoslos. Sólo así cobraremos conciencia exacta del horror.

Otro indicio de que Wislawa Szymborska no tiene veinte años es su pasión por la ironía. Desmedida la pasión, desmedida la ironía. Uno de los mejores poemas de Aquí trata sobre (agárrense) los seres microscópicos. Asuntos más poéticos se han visto. Pero todos nuestros estúpidos prejuicios salen por la ventana cuando el sentido del humor entra por la puerta: "Hace ya tiempo que quería escribir sobre ellos,/ pero es un tema difícil,/ dejado siempre para más tarde/ y quizá digno de un mejor poeta,/ todavía más sorprendido que yo por el mundo./ Pero el tiempo apremia. Escribo". Sarcástica hasta la perversidad, Szymborska ama la poesía que arrasa como fuego napalm, destruyendo naturalezas muertas y creando a su paso pura vida de la mente. La huella de un dedo deja de identificarnos ante las autoridades (in)competentes y se reinventa como el paraíso de los gérmenes, "un extenso laberinto/ donde se pueden reunir/ en sus silenciosos desfiles,/ sus ciegas iliadas y sus upanishads". Si alguna vez han deseado ustedes emplear la expresión "microbios fascinantes", ésta es la ocasión.

Pero la sonrisa pierde su inocencia cuando nos preguntamos si estos versos los escribe Szymborska o Dios, si no seremos nosotros de quienes una criatura mayor y eterna dice: "Algunos permanecen inmóviles momentáneamente,/ aunque no se sabe qué es para ellos un momento./ Como son tan pequeños,/ igual la existencia/ está en su caso proporcionalmente disminuida". A esto se le llama ontología de la bacteria.

Szymborska parece cansada de léxicos preciosistas y frases de método Assimil. Escribe poemas que sean buenos, y si encima resulta que significan algo, mejor. "Pues sí, por ejemplo las foramníferas./ Vivían aquí, porque estaban, y estaban, porque vivían./ Como podían, ya que podían y eran capaces./ En plural, por plurales,/ aunque todas por separado,/ en su propia, porque propia,/ concha calcárea" no es ni redundancia ni balbuceo, sino la única manera razonable que encuentra la poeta de hablar de la muerte. Y para avergonzarnos de nuestra manía de ir a ninguna parte pero, eso sí, muy deprisa, nos parodia: "Viajamos más rápido, más a menudo, más lejos,/ aunque en lugar de recuerdos volvemos con fotos./ Aquí yo con un tío./ Aquel creo que es mi ex./ Aquí todos en pelotas,/ así que seguramente es una playa". O sea, tontos sin redención.

Sorprendentemente, la contraportada de Aquí nos pinta a una Szymborska apacible, intimista, incluso sensata. Y la foto que aparece en la Wikipedia nos la presenta como una dulce abuelita de las que hacen madalenas caseras. Es entonces cuando no sabemos quién ha escrito estos poemas punk que nos escupen y nos insultan y se divierten con nuestro dolor ante el apocalipsis que profetizan. A no ser que el cuento se equivoque. A no ser que fuera la abuela de Caperucita la que se comió al lobo.

Terroristas

Se pasan los días pensando

cómo matar por matar,

y a cuántos matar para matar muchos.

Fuera de eso comen con apetito,

rezan, se lavan los pies, dan de comer a los pájaros,

hablan por teléfono rascándose el sobaco,

se detienen la sangre cuando se cortan el dedo,

si son mujeres compran compresas,

sombras de ojos, flores para los floreros,

todos bromean un poco cuando están de humor,

beben zumo de naranja sacado de la nevera,

por la noche miran la luna y las estrellas,

se ponen los auriculares con música tranquilia,

y duermen apaciblemente hasta el amanecer

-a menos de que eso en lo que piensan tengan que hacerlo de noche