Poesía

Nombres de árbol

Antonio Moreno

23 abril, 2010 02:00

Tusquets. Barceloma, 2010. 96 páginas, 10 euros.


Leída en perspectiva, la escritura de Antonio Moreno (Alicante, 1964) se nos presenta como fruto de una mirada y una poética profundamente unitarias. Sobre todo a partir de Visión del humo (1998) el designio de afirmación existencial, la busca de la identidad en la consideración de la naturaleza y los seres, la indagación metafísica en un más allá del pensamiento racional y del lenguaje, en suma, han venido dando como resultado una poesía a la vez depurada en lo formal, siempre transportada por la sensorialidad de la imagen y la música de la versificación regular y cada vez más compleja de pensamiento.
En una línea semejante a la de otros poetas de su ámbito y generación como Carlos Marzal, Vicente Gallego o Antonio Cabrera, Moreno ha ido creando una poesía de indagación en la esencia de la realidad apegada al pormenor, a momentos de la cotidianidad que una intuición eleva a memorables, a los seres que pueblan el mundo natural que es el escenario por excelencia de este poeta. Si a lo largo de quince años la poesía de Moreno ha creado un espacio propio y auténtico en el panorama de nuestra poesía, en Nombres del árbol el autor reúne la suma de motivos de los libros anteriores en la dirección particular de una indagación sobre la palabra poética y que los distintos poemas van acotando como variaciones sobre una cuestión central: la insuficiencia del lenguaje o, más bien, de la palabra individual para decir la realidad, su unanimidad esencial, su trascendencia.
Ya desde el título, tomado del poema homónimo que ocupa el centro del libro, se funden la referencia al nombrar y ese árbol determinado y simbólico que, como el concepto de la divinidad, es siempre el mismo dicho en todas las lenguas: Dios "autor los milagros" que se dice en una sola sílaba "que se bifurca/ como el árbol en ramas y más ramas". Pero la reflexión sobre la propia palabra la muestra insuficiente frente a la otra voz, a la otra palabra interior de las cosas. Y, sin embargo, la empresa poética consiste en enfrentarse una y otra vez a esa insuficiencia con humildad -"pocas son las palabras del humilde"- y asumiendo el fracaso del intento: "¡Qué vanas siento entonces mis palabras", dice Moreno ante la consideración de la belleza, ese don que según él, existe independiente y fuera de los seres y que por eso mismo "nos conturba,/ nos sobrecoge hallarla así, inocente,/ tan clara (…)". Es la palabra de las cosas la que el poeta trata de escuchar, en las ramas de un castaño -"Oigo el temblor de todas esas hojas/ como un pueblo con una sola lengua"- o en el tacto de un geranio -"sin dañarla,/ la hoja verde que nos da su aroma/ como una voz que a veces olvidamos-". Por eso, al final del libro, el autor reconoce en una especie de poética que "más que escribir, transcribo un libro escrito/ antes de que naciera, no hago más/ que oír su texto anónimo y sin dueño/ como oímos el mar desde las rocas".

La cuestión de la insuficiencia de la palabra individual, con múltiples matices y motivos a lo largo del libro, apunta desde el principio al otro aspecto esencial de toda la poesía de Moreno: el creciente sentido moral de un pensamiento poético que implica en el sujeto la escucha y la espera, la busca del alma colectiva de las cosas y de quien "ahora las pronuncia/ diciéndoles: Hermanas". Una espera que transforma la angustia de la temporalidad -"Toco mi eternidad en la vida que pasa"- y una escucha que recorre el libro y que se formula ya en el primer poema: "escucho el agua de ese movimiento que es libertad al tiempo que destino/ y en su verdor iluminado aprendo/ a ser mejor y más el ser que quiero".

HERMANOS PINOS

Mi gloria está en poder decir que soy,

pinos de la ladera, hermanos quietos,

el creador de todo cuanto existe,

pues existe en la fe de una mirada

que pone su conciencia en estos ojos

míos, míos que no me pertenecen,

jilguero de la tarde en tu espesura,

míos pero prestados, sólo mientras

me dura el tiempo en que he de respirar

y he de sentir por dentro, no sé dónde,

quizá en mi vida entera, a otro ser

cuyo ser es salir y alzarse en vuelo.